La Madre del
Salvador
[Tomado de: La
Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior. De RÉGINALD GARRIGOU-LAGRANGE, O.
P.
PROFESOR DE DOGMA Y
DE TEOLOGÍA MÍSTICA EN EL ANGÉLICO, ROMA, paginas de la 26 a la 29]
La filiación adoptiva no obliga tan estrictamente a
Dios para con nosotros; la maternidad divina impone a
Jesús los deberes de justicia que los hijos, por obligación natural, tienen
para con sus padres, y confiere a María dominio y poder sobre Jesús, pues no es
más que un derecho natural íntimamente unido a la dignidad maternal" [Marie, pleine de
gráce, 5* edición, p 63].
La maternidad divina, por consiguiente, supera a todas
las gracias gratis dates o carismas, como son, la profecía, el conocimiento de
los secretos de los corazones, el don de milagros o de lenguas, porque estos
dones, externos, en cierto modo, son inferiores a la gracia santificante [Cf.
SANTO TOMÁS, I' II*, q. III, a. 5.]. Notemos también que la maternidad divina
es inamisible {que no se puede perder}, mientras que la gracia se puede perder,
aquí en la tierra.
El valor de esta eminente dignidad ha sido muy bien
puesto de relieve por Bossuet, cuando dice en el sermón sobre la concepción de
la Santísima Virgen (hacia el final del primer punto):
"De tal modo amó Dios al mundo —dice nuestro
Salvador— que le dio a su Hijo unigénito (Juan, m, 16). (Pero) el amor inefable
que tenía por vos, oh María, le hizo concebir designios muy diferentes en
vuestro favor.
Ha ordenado que estuviese en vos con la misma
calidad que a Él le pertenece; y para entablar con vos una sociedad eterna, ha
querido que vos fueseis la Madre de su Hijo unigénito y ser Él vuestro padre.
¡Oh prodigio! ¡Oh abismo de caridad! Qué pensamiento
no se perderá en la consideración de estas incomprensibles complacencias que ha
tenido para con vos; desde que vos estáis tan próxima a Él por este Hijo común,
nudo inviolable de vuestra santa alianza, la prenda de vuestros mutuos afectos,
que os habéis dado el uno a la otra; Él,
lleno de una divinidad impasible, y vos, para obedecerle, le habéis rodeado de
una carne mortal."
El Dios Padre ha
comunicado a su Hijo unigénito la naturaleza divina, María le ha dado la
naturaleza humana, sujeta al dolor y a la muerte, para nuestra redención; pero es el mismo Hijo único y esto constituye toda la
grandeza de la maternidad de María.
La razón, de todas las gracias concedidas a María
La eminente dignidad de la maternidad divina se
manifiesta todavía bajo un nuevo aspecto, si se considera que es la razón por la
cual se le ha concedido a la Santísima Virgen la plenitud de gracia, y es la
medida y el fin, y es, por lo tanto superior a cualquier otra gracia.
Si María, en efecto, desde el primer instante recibió
esta plenitud de gracia, fue para que pudiese concebir santamente al
Hombre-Dios, diciendo con la más perfecta conformidad su fiat en el día de la
Anunciación, a pesar de todas las penas y sufrimientos anunciados al Mesías;
para que ella lo conciba, permaneciendo virgen, para que rodee a su hijo de los
cuidados más maternales y más santos;
para que se le uniese, como sólo una santa madre puede hacerlo, con una
perfecta conformidad de voluntad, durante su vida oculta, durante su vida apostólica
y durante su vida dolorosa; para que diga heroicamente su segundo fiat al pie de
la Cruz, con Él, por Él y en ÉL como dice el P. Hugon:
"La maternidad
divina exige una amistad íntima con Dios. Es una ley natural y un mandamiento que
la madre ame a su hijo y que éste ame a su madre; es necesario, pues, que María
y su Hijo se amen mutuamente, y puesto que esta maternidad es sobrenatural, requiere una amistad del mismo orden, y desde
luego santificante, porque por el hecho de amar Dios a un alma, la hace amable
a sus ojos y la santifica" [E. HUGON, De
B. Virgine Marta Deipara (Tractatus theologici), 1926, p. 735]. Existe, por
consiguiente, la más perfecta conformidad entre la voluntad de María y la oblación
de su Hijo, que fue como el alma del sacrificio de la Cruz.
Es claro que tal es la razón o el fin por el que le fue
concedida la plenitud inicial de gracia, y luego la plenitud de gracia completa
o de gloria. Es al mismo tiempo su medida y, por lo tanto, evidentemente
superior. No será siempre posible deducir de esta eminente dignidad cada uno de
los privilegios recibidos por María [No se podrá deducir, por ejemplo, el
privilegio de la Asunción de la Virgen, sin considerar que la Madre de Dios fue
muy íntimamente asociada a la victoria perfecta de Cristo sobre el demonio, sobre
el pecado y sobre la muerte, pero si fue a ella asociada, fue porque es la
Madre de Dios redentor. De la misma manera que para deducir la segunda
propiedad del círculo, hay que considerar no solo la definición, sino también
la primera propiedad de la que se deriva.], pero todos se derivan, sin embargo,
de ella. Si finalmente ha sido predestinada desde toda la eternidad al más alto
grado de gloria junto a Él, es porque fue primero predestinada para ser su
dignísima Madre, y para serlo por toda la eternidad, después de haberlo sido en
el tiempo.
Cuando los santos contemplan en el cielo el altísimo
grado de gloria de María, muy superior al de todos los ángeles, comprenden que
el motivo por el cual fue predestinada es porque fué y continúa siendo
eternamente la excelsa y digna Madre de Dios, Mater Creatoris, Mater
Salvatoris, sancta Dei Genitrix.
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