CARTA DEL SUPERIOR DE LA FSSPX A
FRANCISCO
Súplica al Santo Padre
Santo Padre,
Con viva inquietud comprobamos a nuestro alrededor la degradación
progresiva del matrimonio y de la familia, origen y fundamento de la sociedad
humana toda. Esta disolución se acelera con fuerza, sobre todo por la promoción
legal de los comportamientos más inmorales y depravados. La ley de Dios,
incluso simplemente natural, es hoy por hoy pisoteada públicamente, los pecados
más graves se multiplican de manera dramática y claman venganza al cielo.
Santo Padre,
No podemos negar que la primera parte del Sínodo dedicado a “Los desafíos
pastorales de la familia en el contexto de la evangelización” nos ha alarmado
vivamente. Hemos escuchado y leído, de personas constituidas en dignidad
eclesiástica – que se atribuyen vuestro respaldo, sin ser desmentidas –, afirmaciones
tan contrarias a la verdad, tan opuestas a la doctrina clara y constante de la
Iglesia en lo concerniente a la santidad del matrimonio, que nuestra alma se ha
visto profundamente perturbada. Lo que nos inquieta todavía más son algunas de
vuestras palabras, que dan a entender que podría haber una evolución de la
doctrina para responder a las nuevas necesidades del pueblo cristiano. Nuestra
inquietud brota de la condenación que San Pío X hizo, en su encíclica Pascendi,
del acomodación del dogma a pretendidas exigencias contemporáneas. Pío X y vos,
habéis recibido la plenitud del poder de enseñar, de santificar y de gobernar
en la obediencia a Cristo, que es el Jefe y el Pastor del rebaño en todo tiempo
y en todo lugar, y de quien el Papa debe ser el fiel vicario sobre esta tierra.
Lo que ha sido objeto de una condenación dogmática no puede convertirse, con el
tiempo, en una práctica pastoral autorizada.
Dios autor de la naturaleza estableció la unión estable del hombre y de la
mujer con vistas a perpetuar la especia humana. La Revelación del Antiguo
Testamento nos enseña de modo clarísimo que el matrimonio, único e indisoluble,
entre un hombre y una mujer, fue establecido directamente por Dios, y que sus
características esenciales fueron sustraídas a la libre elección de los hombres
para permanecer bajo una protección divina particularísima: “No codiciarás la
mujer de tu prójimo” (Éxodo 20, 17).
El Evangelio nos enseña que Jesús mismo, en virtud de su autoridad
suprema, restableció definitivamente el matrimonio, alterado por la corrupción
de los hombres, en su pureza primitiva: “Lo que Dios ha unido, ningún hombre lo
separe” (Mateo 19, 6).
Es gloria de la Iglesia católica a lo largo de los siglos haber defendido
contra viento y marea, a pesar de las solicitaciones, amenazas y tentaciones,
la realidad humana y divina del matrimonio. Siempre ha llevado bien alto –
incluso si hombres corruptos la abandonaban por ese solo motivo – el estandarte
de la fidelidad, de la pureza y de la fecundidad que caracterizan el verdadero
amor conyugal y familiar.
Ahora que se acerca la segunda parte de este Sínodo consagrado a la
familia, estimamos en conciencia que es nuestro deber expresar a la Sede
Apostólica la profunda angustia que nos embarga al pensar en las “conclusiones”
que podrían ser propuestas en esta ocasión, si por gran desgracia fueran un
nuevo ataque contra la santidad del matrimonio y de la familia, un nuevo
debilitamiento de la naturaleza de la sociedad conyugal y de los hogares.
Esperamos de todo corazón que, por el contrario, el Sínodo hará obra de
verdadera misericordia recordando, para el bien de las almas, la doctrina
salvífica íntegra referente al matrimonio.
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Tenemos plena conciencia, en el contexto actual, que las personas que se
encuentran en situaciones matrimoniales anormales deben ser acogidas
pastoralmente, con compasión, para mostrarles el rostro misericordiosísimo del
Dios de amor que la Iglesia da a conocer.
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Sin embargo, la ley de Dios, expresión de su eterna caridad para con los
hombres, constituye en sí misma la suprema misericordia para todos los tiempos,
todas las personas y todas las situaciones. Rezamos, pues, para que la verdad
evangélica del matrimonio, que debería proclamar el Sínodo, no sea en la
práctica eludida mediante múltiples “excepciones pastorales” que
desnaturalizarían su verdadero sentido, o por una legislación que anularía casi
infaliblemente su alcance real. En cuanto a esto, no podemos disimularos que
las recientes disposiciones canónicas del Motu proprio Mitis iudex Dominus
Iesus, que permiten declaraciones de nulidad aceleradas, abrirán de facto las
puertas a un procedimiento de “divorcio católico” sin llevar el nombre de tal,
a pesar de las referencias a la indisolubilidad del matrimonio que lo
acompañan. Estas disposiciones van en la dirección de la evolución de las
costumbres contemporáneas, sin tratar de rectificarlas según la ley divina;
¿cómo, pues, no estar conmocionado por la suerte de los niños nacidos de estos
matrimonios anulados de manera expeditiva, que serán las tristes víctimas de la
“cultura del descarte”?
En el siglo XVI el Papa Clemente VII denegó a Enrique VIII de Inglaterra
el divorcio que éste solicitaba. Frente a la amenaza del cisma anglicano, el
Papa mantuvo, contra todas las presiones, la enseñanza inmodificable de Cristo
y de su Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. ¿Veremos ahora esta
decisión desaprobada por un “arrepentimiento canónico”?
En todo el mundo en estos últimos tiempos numerosas familias se han
movilizado valientemente contra las leyes civiles que socavan la familia
natural y cristiana, y alientan públicamente comportamientos infames,
contrarios a la moral más elemental. ¿Puede la Iglesia abandonar a aquellos
que, a veces en detrimento propio y siempre bajo burlas y ataques, libran este
combate necesario pero difícil? Ello constituiría un antitestimonio desastroso
y sería para estas personas fuente de hastío y desaliento. Los hombres de
Iglesia, por el contrario, por su misión misma deben aportarles un apoyo firme
y motivado.
Santo Padre,
Por el honor de nuestro Señor Jesucristo, para consuelo de la Iglesia y de
todos los fieles católicos, por el bien de la sociedad y de la humanidad toda,
en esta hora crucial, os suplicamos, pues, que hagáis resonar en el mundo una
palabra de verdad, de claridad y de firmeza, en defensa del matrimonio
cristiano, e incluso simplemente humano, para sostén de su fundamento, a saber,
la diferencia y complementariedad de los sexos, como apoyo de su unicidad y de
su indisolubilidad.
Confiamos esta humilde súplica al patronazgo de San Juan Bautista, que
conoció el martirio por haber defendido públicamente, contra una autoridad
civil comprometida por un “nuevo matrimonio” escandaloso, la santidad y la
unicidad del matrimonio, suplicando al Precursor de conceder a Vuestra Santidad
el valor de recordar ante el mundo entero la verdadera doctrina del matrimonio
natural y cristiano.
En la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, 15 de septiembre de 2015
+Bernard FELLAY
Superior General de la Fraternidad San Pío X
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