El alma en Gracia posee el amor y, poseyendo el amor, posee a Dios, es
decir, al Padre que la conserva, al Hijo que la instruye y el Espíritu que la
ilumina. Posee, por tanto, el Conocimiento, la Ciencia, y la Sabiduría. Posee
la Luz.
San Juan 14:20-23
20. Aquel día comprenderéis que yo
estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros.
21. El que tiene mis mandamientos y
los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo
le amaré y me manifestaré a él.»
22. Le dice Judas - no el Iscariote
-: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?»
23. Jesús le respondió: «Si alguno me
ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él.
Por esto, pensad qué conversaciones más sublimes podría intercambiar con
vosotros vuestra alma; serían las mismas que llenaron los silencios de las
cárceles, los silencios de las celdas, los silencios de los eremitorios y de
las habitaciones de los enfermos santos; las mismas que confortaron a los
encarcelados en la espera de su martirio, a los enclaustrados que habían
elegido el claustro en pos de la Verdad, a los eremitas que anhelaban conocer
anticipadamente a Dios, a los enfermos para que soportaran sus dolores, o mejor
dicho, amaran su cruz.
■ Si supieras preguntar a vuestra alma, ella os diría que el
significado verdadero, exacto, vasto cuanto la
creación, de la palabra «domine», es éste: «Para que el hombre domine todo: sus
tres estratos: el inferior, animal; el intermedio, moral; y el superior,
espiritual. Y los tres los oriente los tres hacia un único fin: poseer a Dios».
Poseerlo mereciéndolo con este férreo dominio que mantiene sujetas todas las
fuerzas del su propio «yo» haciéndolas esclavas de esta única finalidad:
merecer poseer a Dios.
■ Vuestra alma os diría que Dios había prohibido el
conocimiento del Bien y del Mal, porque el Bien lo había entregado a sus criaturas gratuitamente, y el Mal no quería
que lo conocierais, porque es un fruto dulce al paladar, pero que, una vez que
penetra con su jugo en la sangre, produce una fiebre que mata y una sed tan
ardiente que, cuanto más se bebe de su jugo traidor, más sed de él se siente.
■ Objetaréis vosotros: «¿Pues por qué lo ha puesto?» ¿Por
qué? El Mal es una fuerza que ha nacido
por sí sola, como nacen ciertos males monstruosos en el más sano de los
cuerpos. Lucifer era un ángel, el más hermoso de los
ángeles. Espíritu perfecto, inferior únicamente a Dios. Pues bien, con todo, en
su ser luminoso nació un vapor de soberbia, y Lucifer no lo dispersó, sino que,
por el contrario, lo fomentó y lo condensó dándole vida en su interior. Y de esta
incubación nació el Mal. Esto ocurrió antes de que existiese el hombre. Dios
arrojó fuera del Paraíso a este maldito Incubador del Mal, a este que ensució
el Paraíso. Mas él ha seguido siendo y es el eterno Incubador del Mal y, al no
poder seguir ensuciando el Paraíso, ha ensuciado la Tierra.
■ Ese metafórico árbol (5) demuestra esta verdad. Dios había
dicho al Hombre y a la Mujer: «Conoced todas las leyes y misterios de la
creación. Pero no pretendáis usurparme
el derecho de ser el Creador del hombre. Para propagar la especie humana bastará el amor mío, que circulará en
vosotros y, sin libídine sensual, solo por latido de caridad, dará vida a los
nuevos Adanes de la estirpe. Os doy todo; y únicamente me reservo este misterio
de la formación del hombre».
■ Satanás se propuso arrebatar al Hombre esta virginidad
intelectual y así, con su lengua viperina, halagó y acarició miembros y ojos de
Eva suscitando en ella sensaciones y sutilezas no experimentadas anteriormente
porque no estaban intoxicados por la Malicia. Y ella «vio» y, viendo, quiso probar. La carne habíase despertado.
¡Oh, si hubiera llamado a Dios! Decirle: «Padre, me encuentro enferma. La
serpiente me ha acariciado y ha penetrado la turbación en mí». El Padre la
habría purificado y curado con su aliento, ya que lo mismo que le había
infundido la vida, podía infundirle nuevamente la inocencia, quitándole el
recuerdo del tóxico serpentino y, aún más, infundiendo en ella repugnancia
hacia la Serpiente, como sucede con aquellos que, habiendo estado aquejados de
un mal, una vez curados del mismo, les queda repugnancia instintiva hacia él.
Pero Eva no acude al Padre. Eva torna a la Serpiente. Aquella sensación le
resulta dulce. «Viendo que el fruto del árbol era bueno de comer, hermoso a la
vista y de agradable aspecto, lo cogió y comió de él» (6). Y ella «comprendió».
Bajó entonces la malicia a roerle las entrañas. Vio con nuevos ojos y oyó con
nuevos oídos los instintos y la voz de las bestias; y los deseó con ansia loca.
■ Fue la primera en pecar. Condujo a su compañero a pecar. Por eso sobre la mujer pesa una mayor
condena. Por Eva el hombre llegó a rebelarse contra Dios y por ella conoció la
lujuria y la muerte. Por ella perdió el dominio sobre sus tres reinos: el del
espíritu, porque permitió que el espíritu desobedeciera a Dios; el de lo moral,
porque permitió que las pasiones se adueñasen de él; el de la carne, porque le
rebajó a las leyes instintivas de las bestias. «La serpiente me engañó», dijo
Eva «La mujer me presentó el fruto, y
comí de él» dijo Adán (7). Y el triple, desenfrenado apetito, desde
entonces, tiene entre sus garras los
tres reinos del hombre”.
Maria Valtorta
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