El “Fomes peccati” [fomes]
…Contra esto procede la
contienda de la parte inferior y sensitiva, que con el fomes peccati
inclina a los objetos sensibles y mueve a la concupiscible e
irascible, para que turbando la razón arrastren a la voluntad ciega para abrazar
la libertad del deleite. Y el demonio con fascinaciones y falsas e inicuas
fabulaciones oscurece el sentido interior y oculta el mortal veneno de lo
deleitable transitorio
(Sab., 4, 12). Mas no luego desampara el Altísimo a
sus criaturas, antes renueva sus misericordias y auxilios, con que de nuevo la
revoca y llama; y si responde a las primeras vocaciones, añade otros mayores,
según su equidad; y a la correspondencia los va acrecentando y multiplicando; y
en premio de que el alma se venció, se le van atenuando las fuerzas a sus
pasiones y al fomes, y se aligera más el espíritu para que pueda levantarse a
lo alto y hacerse muy superior a sus inclinaciones y al demonio.
Mistica Ciudad de Dios Pag. 1434… (411+
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El “Fomes peccati” es
la expresión en latín con la cual el Concilio de Trento se refiere al reato, a
la mancha, al estigma, al remanente, al reducto, a la herida dejada por el
pecado original, lo cual nos hace proclives al mal, lo cual también se denomina
“concupiscencia”. Dice el santo y Real Magisterio de la santa Iglesia:
“No fue Dios quien hizo
la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes… por la envidia del
diablo entró la muerte en el mundo: Como consecuencia del pecado original, la
naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al
sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado” (CEC 413, 418).
Es muy importante saber
que estamos inclinados al mal y que esto se debe a causa del pecado original.
Continúa el Magisterio:
“La Iglesia ha enseñado
siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal
y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con
el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y
que es ‘muerte del alma’ (Cc. de Trento: DS 1512)” (CEC 403).
“La doctrina sobre el
pecado original -vinculada a la de la Redención de Cristo- proporciona una
mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en
el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto
dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original
entraña „la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte,
es decir, del diablo‟ (Cc. de Trento: DS 1511, cf. Hb
2,14).
Ignorar que el hombre
posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el
dominio de la educación, de la política, de la acción social (cf. CA 25) y de
las costumbres” (CEC 407).
Sabemos que el santo
Bautismo quita el pecado original, pero no borra el “fomes peccati”, o sea no
quita la inclinación al mal. El Bautismo revive y limpia al alma, pero el
hombre deberá luchar contra sus inclinaciones a fin de practicar el bien y
lograr su unidad interior:
“La Iglesia ha recibido
las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión
de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta
Iglesia es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de
vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado (San Agustín, serm. 214, 11)” (CEC
981).
Todo esto tiene un
propósito divino: Dios nos libra del mal, pero es necesaria nuestra
colaboración y nuestro esfuerzo, a fin de que hagamos conciencia de lo que
éramos antes del pecado original, lo que somos
ahora y lo que seremos según la promesa divina. Y para que considerando
lo terrible del pecado nos demos cuenta de lo que costó a Dios nuestra
libertad; y, además, para que sepamos la calidad y la magnitud de su inefable amor.
Pero el mundo entero
está sometido por el maligno. Y los que están en la santa Iglesia y le son
fieles, aun renovados, deben luchar contra sus inclinaciones, las cuales pueden
gobernar su ser si no permanecen en vigilancia constante y en oración. El fomes
peccati es parte de la constitución humana después del pecado original, de aquí
que la lucha principal para el ser humano deba ser contra sí mismo.
“Esta situación
dramática del mundo que „todo entero yace en poder del maligno‟ (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate: A través
de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes
de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el
último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir
continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda
de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS 37,2)” (CEC
409).
2. Pero, ¿qué es esa
inclinación al pecado? En realidad es una fuerza psíquica muy poderosa que nos
inclina a pecar. Y es poderosa no solo por su fuerza sino por la manera furtiva
y hasta imperceptible como se impone en nuestras maneras de pensar, sentir,
desear y actuar.
Esta fuerza psíquica,
sustentada, instigada y complementada por las sugestiones del demonio, del
mundo y de la carne, adquiere casi el grado de una entidad independiente en nuestro
interior con su propia inteligencia y voluntad. Y consigue imponer tanto su
condición que se llega a adueñar casi por completo del ser humano y lo hace un
títere de sus intereses malignos.
El hombre solo con sus
propias fuerzas físicas, morales y espirituales, es impotente ante el poder de
dicha inclinación maligna. Esta es una de las razones principales por las
cuales el Hijo de Dios vino al mundo (cf. Rm 8, 3), para que encarnándose en
una humanidad, le diera al todo humano la capacidad y la posibilidad de
liberarse del mal, con esfuerzos compartidos entre la gracia de Cristo y la
voluntad humana.
Si el hombre no se da
cuenta de las artimañas y el impulso que utilizan estas fuerzas negativas,
emparentadas con el mal, y desde que es niño no se tratan de contrarrestar -y
además no hace crecer las fuerzas positivas del bien-; entonces crecerá en un
engaño, dominado por la creencia de que es un ser libre, y que hace lo que
quiere, no tomando en cuenta el orden y la existencia de Dios: crece
desacralizado.
Quienes tratan de
educar correctamente al hombre desde niño, le hacen ver que hay en sí mismo un
“angelito” a favor de Dios y un “diablito” en contra de Dios, indicándole que
deben esforzarse por obedecer al primero e ignorar al segundo.
Un poco más elaborada
es la concepción que hace ver que el “fomes peccati” son dos inclinaciones
malignas que se complementan: una fuerza que inclina al mal, y otra fuerza que
se opone al bien. Se pueden resumir ambas en un corazón perverso que busca
imponer el mal y una mente maligna que se opone al bien sembrando dudas,
confusión y malas recomendaciones.
Pero extendiendo más
las producciones del fomes peccati en el hombre se puede decir que generan una
mente maligna, un corazón perverso, una razón necia, una sensibilidad
desquiciada y un cuerpo enfermo. Y contra todo esto, con la ayuda de Dios,
tiene que luchar el hombre, a fin de que las partes afectadas de su ser sean
restauradas y renovadas.
Pero si nadie le advierte que en él mismo están estas
inclinaciones astutas y poderosas, entonces crece haciéndose unidad con ellas
sin darse cuenta que su ser verdadero es diferente: entonces cree que tener
malos pensamientos, palabras, sentimientos, deseos y actitudes es lo normal; y,
así sigue una vida inconsciente de lo que es su ser y a lo que debe llegar su
ser al ser perfeccionado por la gracia de Dios. Crece desacralizado, sin tomar
en cuenta a Dios y tiene la falsa percepción de que es libre… hasta que el
sufrimiento, la enfermedad, los desequilibrios físicos y psíquicos, y las
incapacidades producto de su mala vida, le muestren su equivocación.
Taken from: http://www.fraynelson.net/profiles/blogs/el-fomes-peccati-la
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