PRIMER SERMÓN DE SAN BERNARDO PARA EL
DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA
1. Grande consuelo
me causa, Hermanos míos, aquella sentencia del Señor: El que es de Dios, oye las palabras de Dios. (Johan 8.47) Por eso vosotros las oís con
gusto, porque sois de Dios. Ni ignoro lo que dice en otro lugar Escritura: De él, y por
él, y en él son todas las cosas. (Rom II. 56) Pero muy diferentemente son de
él, los que según el Evangelio de San Juan: No nacieron de la voluntad de la
carne, sino de Dios.(Johan I. 13) De donde también hallarás escrito por el
mismo San Juan en su carta: Todo el que es nacido de Dios no peca, sino que le
conserva la generación celestial. (I Johan 5.18). No peca, dice, esto es, no
permanece en el pecado, porque le conserva, para que no pueda perecer, la
generación celestial, que no puede engañarse. O, no peca, esto es, tanto como
si no pecara: por cuanto, es a saber, no se le imputa el pecado, porque la
generación celestial le conserva aún en esta parte. Pero ¿Quién contará esta
generación? ¿Quién podrá decir: yo soy de los escogidos, yo de los
predestinados a la vida, yo del número de los hijos? ¿Quién, repito, puede
decir esto, reclamando la Escritura: No sabe el hombre si es digno de
amor o de odio? (Ecles. 9.1)
A la verdad, no
tenemos certidumbre, pero la confianza de nuestra esperanza nos consuela, para
que no seamos totalmente atormentados de la congoja de esta duda. Por eso se
dan algunas señales y manifiestos indicios de salud; de modo que no se pueda
dudar que aquel es del número de los escogidos, en quien permanecieron estas
señales.
Por esto, repito,
a los que Dios conoció en su divina presciencia, también los predestinó a ser
conformes a la imagen de su Hijo; a fin de que, a
quienes niega la certidumbre para que vivan con solicitud, consuele a lo menos,
y les de confianza la gracia. Esto es lo
que nos debe traer siempre cuidadosos, y con temor, y temblor, para que vivamos
humillados bajo la mano poderosa de Dios; porque cuales somos, lo podemos
conocer a lo menos en parte; pero cuales hemos de ser, es totalmente imposible
saberlo. Así el que está en pie, tenga cuidado de no caer; y procure perseverar, y
adelantar en aquella forma de vida, que es indicio de salud, y señal de
predestinación.
2. Verdaderamente
entre las cosas, que dan confianza y materia de esperar, tiene el principal
lugar la sentencia, de que comenzamos a hablar: El que es de Dios, oye las
palabras de Dios. Pero tal vez hallarás algunos, que de tal modo oyen, como si
de ningún modo perteneciera a ellos, lo que se dice: no entran en su corazón,
no examinan sus costumbres, no piensan, si acaso lo que oyen se ha dicho por
ellos; antes por el contrario, si la palabra de Dios viva y eficaz, que a su
arbitrio y no al de quien predica es dirigida, a donde él quiere; si la palabra
de Dios, vuelvo a decir, procediere contra aquellos vicios,
en que ellos se hallan implicados, disimulan, y apartan los ojos de su corazón,
o con algún pretexto de su ingenio palían sus defectos, y se engañan los
miserables así mismos. En estos no
veo señales de salud, y más antes temo, que acaso no oyen la palabra de Dios,
porque ellos no son Dios.
En vosotros,
Hermanos míos, (a Dios las gracias) verdaderamente hallo oídos para oír,
manifestándose sin tardanza en vuestra enmienda el fruto de la palabra: y aún
debo confesar también, que mientras estoy hablando, me parece algunas veces,
que yo mismo percibo el fervor de vuestra afectuosa aplicación: pues cuanto más
abundantemente mamáis, tanto más llena mis pechos la dignación del Espíritu
Santo, y tanto más copiosamente me da Dios que ofreceros, cuanto más presto
agotáis lo que os presento. Por eso muchas veces os hablo, aun fuera de la
costumbre de nuestra Orden; pues sé quien dijo: Si algo
pusiereis de más, cuando vuelva os lo daré. (Luc. 10.35)
3. Hoy, Hermanos
míos, se celebra el principio de la Septuagésima, cuyo nombre en toda la
Iglesia es bien conocido. Pero os aseguro, Amantísimos, que al pronunciar este
nombre, me compadezco muchísimo de mi mismo. Se conmueve dentro de mi mí
espíritu, suspirando hacia aquella patria, en que ni hay número, ni medida ni
peso.
Porque ¿hasta
cuándo recibiré en número, peso, y medida los bienes del cuerpo, y del alma?
¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre abundan de panes, y yo aquí perezco
de hambre! Del corporal sustento se dijo a Adán, y llegó la sentencia hasta mí: En el sudor de tu rostro comerás tu pan. (Gén. 3.19)
Pero,
aún después que he trabajado, en peso me dan el pan, en medida la bebida, y los
manjares en número. Y de lo corporal así. Pero ¿qué de lo espiritual?
Ciertamente antes
de comer, suspiro: y ojalá que después que haya suspirado, y llorado, merezca a
lo menos un pequeño pedazo del celestial convite, y como un perrillo coma de
las miajas, que caen de la mesa de sus señores. ¡O Jerusalén ciudad del Rey
grande, que te sacia de la flor del trigo, y a quien el ímpetu del río alegra!
en ti no hay peso, ni medida, sino saciedad, y abundancia suma.
Ni número tienes,
siendo aquella ciudad cuyos habitantes participan siempre de una misma cosa. Y
yo que estoy todo sujeto a la vicisitud, y al número, ¿cuándo llegaré a aquella
una sola cosa que busco? ¿Cuándo me
saciaré, Señor de vuestra gloria? ¿Cuándo seré embriagado de la abundancia de vuestra
casa, y me daréis a beber del torrente de vuestras delicias? Tan
pequeñas son las gotas, que destilan ahora sobre la tierra, que siquiera puedo
tragar mi saliva.
4. Así
absolutamente, así es verdad, Hermanos míos, que se dan todas las cosas al
presente en peso, medida, y número. Pero vendrá
día, en que todo cesará; porque acerca del número leemos: No tiene número su
sabiduría. Y en otro lugar en el mismo Profeta: En vuestra diestra permanecen
las delicias para siempre. Escucha también en el Apóstol un peso sin peso:
Sobremanera, dice, un eterno peso de gloria soberana.(Ps. 146.8) Oyes un peso
eterno: pero atiende, que dice antes sobremanera. A este modo oigo a Cristo
prometer una medida sin medida: Una medida, dice, llena, remecida y que rehosa.
(Ps. 15.10) Pero ¿cuándo llegará esto?
Ciertamente en el
fin de la presente Septuagésima, que es el tiempo de nuestro cautiverio. Porque
así leemos, que los hijos de Israel, cautivados por los Babilonios, que
recibieron el término de setenta años: pasados los cuales, volvieron a su
tierra, y entonces se restauró el templo, y fue reedificada la ciudad. Pero nuestro cautiverio, Hermanos míos, que se extiende por
tantos años desde el principio del mundo ¿cuándo se acabará? ¿Cuándo
seremos librados de esta servidumbre? ¿Cuándo se restaurará Jerusalén, ciudad
santa? Verdaderamente, cuando se cumpla esta Septuagésima, que se compone de
diez y de siete, por los diez mandamientos, que hemos recibido, y por los siete
impedimentos, que nos hacen difícil el cumplimiento de ellos.
5.
El impedimento primero, y grave ocupación, es la
misma necesidad de este miserable cuerpo, que pidiendo ya el sueño, ya la
comida, ya el vestido, ya otras cosas semejantes, no hay duda, que a cada paso nos
impide los ejercicios espirituales. En segundo lugar, nos impiden los
vicios del corazón como son la ligereza, la sospecha, los movimientos de
envidia, y de impaciencia, el apetito de alabanza, y otros tales, que cada día
experimentamos en nosotros. El tercero, y el cuarto, le tienes en la prosperidad,
y adversidad de este mundo: porque, así
como el cuerpo que se corrompe, oprime al alma, así esta morada terrena abate
al espíritu en la multitud de cuidados, que le agitan. De una y otra parte pues
guárdate del lazo de la tentación, y procura fortalecerte con las armas de la
justicia a la diestra y a la siniestra. El
quinto impedimento y este mismo gravísimo, y peligrosísimo, es nuestra
ignorancia: porque en muchas cosas absolutamente no sabemos lo que debemos
hacer; de modo que ni aún sabemos orar, como conviene. El sexto es
nuestro enemigo, que como un león rugiente da vueltas alrededor, buscando a
quien devorar (1. Petr. 5. 8): y ojalá que en estas seis tribulaciones
quedásemos libres, para que siquiera en la séptima no nos tocara el mal,
ni tuviéramos peligro alguno con los falsos hermanos.
Ojalá que
solos los espíritus malignos nos combatiesen con sus sugestiones, Y no nos
dañarán los hombres con perniciosos ejemplos, con persuasiones importunas, con palabras
de adulación, de murmuración, y de otros mil modos. Bien veis,
que necesario es que contra estos siete peligros, que nos impiden seamos
socorridos con el auxilio del Septiforme Espíritu. Por estos siete peligros pues, que nos hacen tan difícil
la observancia del Decálogo, se celebra la presente Septuagésima con el luto de
la penitencia: por lo cual cesa también ahora la solemne aleluya, y se hace la
relación de la miserable caída del hombre desde el principio.
FUENTE: Sermones
de San Bernardo Abad de Claraval, de todo el año, de tiempo y de santos.
Traducidos al castellano por un monje cisterciense. Tomo primero. Con licencias
necesarias. En Burgos, por Joseph de Navas. Año de 1791. Págs. 262-267
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de
Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros [2ª Corintios 13:13].
Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida
[San Lucas 1:35]
Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida
[San Lucas 1:35]
Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida
[San Lucas 1:35]
Gracias Espíritu Santo
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