Atender a lo que escuchas
[Comentario / Reflexión a San Marcos 4:21-25]
“…atended a lo que escucháis”… La lámpara del saber, de la sabiduría; la sabiduría no es la sapiencia en
negocios, ciencia, tecnología, experiencia, académicos, etc. no, la sabiduría
es el don o carisma que algunas personas poseen para saber dominar el impulso
de hablar y cuando habla ha meditado en milésimas de segundo lo que dirá y no
expresa más de lo que debe ser en justa medida y ni menos que esconda en
terquedad lo que está obligado a decir o que condene su alma por hablar
innecesariamente; de igual manera antes de actuar revisa en la línea del deber
ser a la luz de la palabra y no dejándose influenciar por lo emotivo o la
presión grupal; actúa como le indica el amor a Dios y al prójimo. Algunos lo
resumen en que es saber distinguir entre el bien y el mal.
El asunto es que hay
tanto mal disfrazado de bien y en lo cotidiano muy pocas ocasiones habrán en
las que consultando la Santa Palabra
meditaremos anticipadamente el actuar basados en ello y esto no es práctico.
La lámpara está
llena del aceite del “poner atención” v. gr.: Sí fueras un practicante
católico, al final de la misa dominical
¿te recuerdas de la palabra que se ha leído en sus tres lecturas? Puedo
asegurar que muy pocos se recuerdan de la Palabra, satanás la robo. Sí la robo, a través de
las muchas distracciones que se esmeran en lograrlo, tales como la música que
acompaña a las alabanzas antes y después de la lectura, en las que los
instrumentos musicales tales como la guitarra eléctrica y la batería, con sus
tonadas agudas y golpes altos adormecen la conciencia y los que participan en
el rito se divagan y la palabra se deslizo por las rocas del descuido, “atended lo que escucháis” dice Él Señor
en este Santo Evangelio.
Porque si no
atendemos lo que escuchamos tendremos menos que poco y cuando emitamos juicios
nos veremos atrapados por ellos mismos, seremos jueces dictando nuestra propia
condena.
“…acaso se trae la lámpara para ponerla debajo de la mesa…”, al expresar esto se refiere a Él mismo, Él es la Luz, la que disipa la
oscuridad y por tanto no puede su Santa Palabra recibirse y guardarse en los
bolsillos, o en el bolso; debe guardarse en el corazón que es donde está el
tesoro de los humanos, se guarda a través de la meditación en la misma y al
escudriñarla ser solícitos pidiéndole al Espíritu Santo que nos aclare lo que
leemos [San Juan 5:37-39 Y el Padre, que me
ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca
su voz, ni habéis visto nunca su rostro,
ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que El ha enviado.
«Vosotros
investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son
las que dan testimonio de mí;], si asistimos a escuchar la palabra no llegar al
templo como si fuésemos a ver un acto cualesquiera diferente, sino qué por
respeto a nosotros mismos averiguar cuáles serán las lecturas de ese día y leer
antes de llegar para que podamos “atender
a lo que escuchamos”.
Muchos no lo
sabemos, ignoramos que si asistimos a escuchar la Santa Palabra al templo o a la
iglesia, el sólo hecho de estar ahí ya nos compromete, porque caemos en la
categoría de aquellos a los que “con la
medida que midáis se os medirá aun con creces, porque al que tiene se le dará,
pero al que no tiene, aún lo que tiene, se le quitara”; porque habiendo
recibido la sabiduría no poseemos nada y así será el juicio por esos pecados de
omisión. El demonio de la acedia nos invita a ignorar la luz de la lámpara y a
oír pero no escuchar con el corazón.
“El que tenga oídos para oír, que oiga…”, suena fácil, pero requiere virtud, templanza porque hay muchas
distracciones, y el demonio que mencionamos en el párrafo anterior, el demonio
de la acedia, crea una especie de estrés espiritual, apatía a todo lo que sea
“Palabra de Dios”, no importa la edad del humano, ya que ese demonio actúa
igual en los niños como en adultos de cualquier edad y el mal ha hecho bien su
tarea especialmente desde la revolución industrial hasta nuestros días.
Ponemos atención
en lo que nos deleita, ponemos atención en lo que nos relaja, ponemos atención
en lo que alimenta nuestra vanidad, ponemos atención en muchas distracciones
bien desarrolladas para que no tengamos oídos para oír lo que debemos oír, o en
otras palabras, la atención hacia la palabra esta lubricada de manera tal que
la distracción nos resbala hacia lo superfluo o sin valor para Él Señor, sino
recordémonos de Santa Marta y Santa Magdalena [San
Lucas 10: 40-42. mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres.
Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en
el trabajo? Dile, pues, que me ayude.». Le respondió el Señor: «Marta, Marta,
te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de
una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»], de eso se
encarga el demonio de la acedia de distraernos, de desconectarnos
diríamos, para que no pongamos atención
a lo que realmente debe importarnos.
Es increíble como
la humanidad, y hablo tanto de ricos como de pobres, estamos influenciados por
los distractores con viñetas de “ocio”, descansar no es malo, Dios descanso al
séptimo día de la creación [léanse siete mil, siete millones, setecientos
millones de años, etc., recordemos que el tiempo de Dios es diferente al tiempo
del humano] sucede que el ocio tapiza como hiedra el muro de nuestra voluntad,
esos distractores que logran asentarse en nosotros y que arraigan la carne
sobre el espíritu y hacen que la lámpara la pongamos debajo de la mesa y logran
su cometido el cual es distraernos de lo principal, restándonos la posibilidad de
actuar como lo hizo Santa Magdalena: contemplando a La Luz, Él Verbo Humanado.
Cuando se busca la
luz no hay necesidad de aprenderse de memoria los Santos Evangelios, podemos
pasar toda una vida meditando por ejemplo Las Bienaventuranzas [San Mateo 5:3-12] y encausando nuestro actuar
basándonos en la Luz
que esos versículos derraman..
Aprender a
escuchar es la regla de oro para poder llevar las relaciones en cualquier grupo
de la sociedad con que nos interrelacionemos, y lo mismo sucede con la Santa Palabra, hay que educar nuestras
conciencias para que leyendo y meditando las Sagradas Escrituras aprendamos a
escuchar lo que nos dicen y modelar nuestro actuar y hablar iluminados por esa
perfecta esencia Divina. Aprender a escuchar es un ejercicio que requiere
ejercitar en “poner atención” para no divagarnos cuando alguien nos habla y
especialmente cuando Él Señor nos envía mensajes.
Ejercitar el estar
a solas, no hablar con nadie ni focalizando atención en fruslerías, pensando,
meditando en nuestro actuar y reflexionando sobre la Palabra ayuda a que El
Espíritu Santo manifieste en nuestros corazones los misterios que encierra la
manera en que debemos actuar en el mundo para aspirar a la vida eterna.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de
Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros [2ª Corintios 13:13].
Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida
[San Lucas 1:35]
Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida
[San Lucas 1:35]
Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida
[San Lucas 1:35]
Gracias Espíritu Santo
No hay comentarios:
Publicar un comentario