LOS MISTERIOS DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
De los sermones de san Máximo de Turín
Nos
refiere el texto evangélico que el Señor acudió al Jordán para bautizarse y que
allí mismo quiso verse consagrado con los misterios celestiales.
Era,
por tanto, lógico que después del día del nacimiento del Señor -por el mismo
tiempo, aunque la cosa sucediera años después- viniera esta festividad, que
pienso que debe llamarse también fiesta del nacimiento.
Pues,
entonces, el Señor nació en medio de los hombres; hoy, ha renacido en virtud de
los sacramentos; entonces, le dio a luz la Virgen; hoy, ha vuelto a ser
engendrado por el misterio. Entonces, cuando nació como hombre, María, su
madre, lo acogió en su regazo; ahora, que el misterio lo engendra, Dios Padre
lo abraza con su voz y dice: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto;
escuchadlo. La madre acaricia al recién nacido en su blando seno; el Padre
acude en ayuda de su Hijo con su piadoso testimonio; la madre se lo presenta a
los Magos para que lo adoren, el Padre se lo manifiesta a las gentes para que
lo veneren.
De
manera que tal día como hoy el Señor Jesús vino a bautizarse y quiso que el
agua bañase su santo cuerpo.
No
faltará quien diga: «¿Por qué quiso bautizarse, si es santo?» Escucha. Cristo se hace
bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua y para
purificar aquella corriente con su propia purificación y mediante el contacto
de su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa
del agua.
Y así,
cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro
bautismo, y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los
pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se
adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan luego
tras él con confianza.
Así es
como entiendo yo el misterio: Cristo precede, de la misma manera que la columna
de fuego iba delante a través del mar Rojo, para que los hijos de Israel
siguieran intrépidamente su camino; y fue la primera en atravesar las aguas,
para preparar la senda a los que seguían tras ella. Hecho que, como dice el
Apóstol, fue un símbolo del bautismo. Y en un cierto modo aquello fue
verdaderamente un bautismo, cuando la nube cubría a los israelitas y las olas
les dejaban paso.
Pero
todo esto lo llevó a cabo el mismo Cristo Señor que ahora actúa, quien, como
entonces precedió a través del mar a los hijos de Israel en figura de columna
de fuego, así ahora, mediante el bautismo, va delante de los pueblos cristianos
con la columna de su cuerpo. Efectivamente, la misma columna, que entonces
ofreció su resplandor a los ojos de los que la seguían, es ahora la que
enciende su luz en los corazones de los creyentes: entonces, hizo posible una
senda para ellos en medio de las olas del mar; ahora, corrobora sus pasos en el
baño de la fe.
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