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viernes, 1 de enero de 2016

The Christian life is circumcision and Cruz




La vida del cristiano es circuncisión y Cruz
01/01/2016
por Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

¿En qué consiste la circuncisión?

Consiste en quitar el prepucio del pene que se haya adherido al glande.

El Misterio de la Circuncisión de nuestro Señor Jesucristo se puede llamar el gran Misterio de sus humillaciones; la primitiva prenda de nuestra salvación; la consumación de la Ley antigua, y como las arras, o el primer sello del Nuevo Testamento (P. Juan Croiset S.J. El Año cristiano).

Con la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, este misterio, y esta fiesta, ha quedado en el olvido. Si algún sacerdote hace referencia a él, lo hace muy por encima, pues incomoda, molesta y avergüenza. No se conoce.

Este misterio de la vida de nuestro Señor Jesucristo merece igual atención que otros, y quizá más que otros bajo algunos aspectos. Cada momento de la vida de Cristo es fuente de gracia y de vida. Es triste no oír hablar de este tema de la Circuncisión del Señor, pues cuando mucho se ama a alguien, TODO se quiere saber de él, y en detalle, y cuanto más mejor.

Mortificar el deseo de placer

Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y entre la descendencia después de ti: circuncidad todo varón, circuncidad la carne de vuestro prepucio, y ésta será la señal de mi pacto entre mí y vosotros (Gn. 17, 10-11). Nuestro Señor se sometió a este ritual, sufriendo muchísimo, moralmente y físicamente, más que cualquier niño, ya que su sensibilidad era infinitamente superior a la de todos los hombres. El Señor al sufrirla tenía un conocimiento superior a todos los bebés de su edad. Hablamos de dolor moral y físico.

La Circuncisión dice, en gran manera, de su amor a los hombres. Cada instante de su vida terrenal hay que considerarlo como imitación. Recién nacido, sin esperar a crecer, hablar y predicar, nos enseña a través de su ejemplo. En este caso, aceptar humillaciones hasta las que mortifican nuestro pudor. Todos, tarde o temprano, hemos sufrido, o habremos de sufrir, algo de nuestro pudor, que es una fibra muy delicada de nuestra alma. No esperó a ser mayor para derramar su Preciosísima Sangre, y por este corte que recibe en su carne inmaculada, ofrece ya al Padre Eterno las primicias de su holocausto. En la Santa Cruz derramará toda su Sangre Divina.

Qué dolor moral la Circuncisión, y qué terrible dolor físico en la parte más delicada y más sensible del hombre. Aquí, precisamente, en el lugar del cuerpo donde se tiene el máximo placer físico, se corta, se derrama sangre para enseñarnos donde se sitúa la mortificación que debemos seguir en cuanto a los placeres. El corte se sitúa en el órgano que transmite la vida para enseñarnos que nuestra vida debe ir acompañada de mortificación. Si no derramamos sangre del cuerpo, tendremos que derramarla del corazón. Con Jesús y con Él y por amor a Él, y así unirnos a Él.

Unión hipostática y unión con cada alma

Meditar este misterio de la Circuncisión no permite ver el paralelismo entre la unión hipostática del Señor, es decir la unión entre su divinidad y su humanidad, y la unión de Jesús con cada alma. Podemos decir, que con la Circuncisión entra públicamente, oficialmente, en sus funciones sacerdotales. Es en ese momento en el que ofrece al Padre Eterno las primeras gotas de su Preciosísima Sangre de la Víctima, que es Él mismo.

Jesús, Sacerdos et Hostia. Jesús, Dios y hombre verdadero, unido en una sola Persona Divina, Sacerdote y Víctima a la vez. En su Circuncisión nos mira, nos ama, nos invita: a ti quiero unirme de esta manera, ¿aceptas?

San Pablo a los Romanos (12, 1-2) insiste en esta invitación de Cristo cuando dice: Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es nuestro culto racional. Que no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta. Y San Pedro (1Pe 2, 21): Cristo padeció por vosotros y os dio ejemplo para que sigáis su ejemplo. San Juan (Jn. 13. 15): Porque yo os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis también lo que he hecho.

En la Circuncisión, Jesús, siendo bebé de ocho días, nos enseña ya la mortificación de la carne, la obediencia y la santa pureza; y lo hace por su Preciosísima Sangre; nos da esta enseñanza por medio del lenguaje de su Sangre Divina, el lenguaje silenciosos, pero más elocuente que las palabras. Debemos con Él y cómo Él, unidos a Él, ofrecer a Dios Padre nuestro cuerpo como Hostia.

1 Cor 6, 20: Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo.

1Pe 1, 18-19: Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha.

Consecuencias del pecado original

Desde el pecado original, los miembros del cuerpo que transmiten la vida son objeto de vergüenza. En el Paraíso, Adán y Eva, estaban desnudos y no tenían vergüenza. Después del pecado original nos cubrimos y escondemos… y no sólo porque son ahora objeto de la concupiscencia. Sino porque transmiten la muerte. Los órganos sexuales, transmitiendo la vida transmiten la muerte al hombre, transmiten el fracaso, el dolor, transmiten la vergüenza, en fin, el gran drama de toda la humanidad: el pecado original. Aquí se ve la perfecta oportunidad de la Circuncisión de Nuestro Señor.

Los miembros que transmiten la vida, transmiten también la muerte; y mejor dicho, en este caso, el sexo del hombre, desde el pecado original, es objeto de vergüenza porque transmite la muerte al mismo tiempo que transmite la vida, inocula el veneno del la serpiente infernal. Pero, precisamente, Nuestro Señor quiso su Circuncisión previendo que convenía sufrirla en su propio cuerpo para la salvación de los hombres. En efecto, por su Encarnación se somete a la vergüenza que la Circuncisión representa para el hombre; pues vino a destruir con su propia carne, por medio de su propio cuerpo, y para toda la humanidad, la vergüenza del pecado.

El hombre, después del pecado original, transmitirá la muerte dando la vida, y Jesucristo vino a transmitir la vida con su propia muerte; ya por su primera muerte, esto es, su primera herida en su cuerpo; y más tarde en la Santa Cruz, donde derramará toda su Preciosísima Sangre.

¡Cuánto convenía la Circuncisión! Aquí Jesús nos anuncia todo el plan que va a realizar por su unión hipostática y su plan de amor de unión con cada alma. Un plan de humillación, de sangre, pero sobre todo de Misericordia infinita, un plan de regeneración, un plan de Vida.

Qué cortos de mente son quienes desprecian este santo Misterio de la vida de Jesús. No hay nada malo ni en la Circuncisión ni en el sexo del hombre y de la mujer, la maldad está en la falta de fe y de pureza espiritual. Todo es puro para los que son puros, porque Él mismo ha venido al mundo para restablecer la santa pureza por su Preciosísima Sangre y, en especial, por este Misterio de la Circuncisión.

Arras de Carne inmaculada

La unión de Jesucristo con su Humanidad toma relieve en este misterio de la Circuncisión: en el momento de cortar el anillo de carne del Santo Niño. Es un anillo que se extrae de lo más íntimo del hombre, del órgano sexual que transmite la vida y lo entrega a su esposa con todo el simbolismo e intimidad que supone. Este anillo es más brillante y de más valor que la plata y el oro, es un anillo de la carne virginal del Cordero inmaculado, del Hijo de Dios; es un anillo de carne divina y redentora… es un anillo que comunica la esperada noticia de la Salvación.

Es el anillo de la paz, de la reconciliación de Dios con los hombres; y el anillo de los desposorios del Verbo de Dios con su Humanidad por la unión hipostática. El anillo de Cristo desposado con cada alma. En fin, el anillo de vida y de felicidad eterna: el Cielo que se abre para cada hombre, es lo que promete este anillo de valor infinito.

En estos desposorios hay un solo anillo que se entrega, y esto es de un riquísimo sentido sobrenatural. Primeramente, porque este anillo de bodas divinas es, por su unión hipostática, Cristo que lo entrega a su esposa – sacándolo de su propia carne, como más tarde dará su propio cuerpo, su propia carne como manjar de vida a cada alma – y, a la vez, su esposa, su Humanidad, quien tiene este anillo y dispone de él.

Serán dos en una carne (Gn. 2, 24), dice Dios para la unión terrenal del hombre y la mujer, que es símbolo de una unión mucho más superior: la de Cristo con su Esposa – la Iglesia. Este matrimonio con la Iglesia se puede decir que empieza en la Encarnación, como en su gestación, y con la Circuncisión se ratifica.

Serán dos en una misma carne

Si bien se refiere a la unión carnal del hombre y la mujer, al matrimonio terrenal, contiene en sí una unión mucho más elevada y pura, la santa amistad, que se sitúa puramente al nivel espiritual, al nivel del alma.

Jesucristo, en su unión hipostática, es una sola carne. El Verbo de Dios, Dios mismo, Espíritu puro, se une a la carne, a su Humanidad, para ser una sola Persona, sin perder su naturaleza divina, y teniendo dos naturalezas, la divina y la humana, tiene una sola Persona divina.

¿Qué ocurre con la unión de Cristo con cada alma? También deben ser una sola carne, pues por la Sagrada Eucaristía se recibe la Carne de Cristo en su carne; recibe y acoge el Cuerpo de Cristo en su cuerpo. Pero aquí no es el cuerpo del hombre quien asimila el alimento, sino el Cuerpo de Cristo que asimila al hombre para transformarlo en Él: Una sola carne. Con el Cuerpo de Cristo recibimos, también, su Alma, su Divinidad, Cristo entero, y eso en una unión espiritual muy íntima.

Dice San Pablo (Gal. 2, 20): Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. También en 1 Co. 6, 17: Todo el que une al Señor se hace uno con Él, un solo espíritu.

En definitiva, si la unión de desposorios de Cristo con su Humanidad – su unión hipostática – corresponde a una unión íntima que es su Persona, una sola carne, una sola alma, la unión de Cristo con cada alma tiende a lo mismo: una sola carne, `. Hablamos de fusión sin confusión. Porque como la naturaleza humana no se pierde, no es destruida al unirse con la naturaleza divina, tampoco nuestra alma no se disuelve, ni desaparece al unirse con Cristo.

La vida del cristiano es circuncisión y cruz

Este anillo es un anillo de sangre – primicias de la sangre, de toda la sangre que derramará en la Santa Cruz -, o sea, la entrega del anillo de las bodas divinas se hace en su Preciosísima Sangre y por su preciosísima Sangre.

¿Podrá acaso el hombre unirse a Cristo, santificarse y salvarse sin llevar la cruz? De otro modo, ¿un alma puede ser esposa de Cristo sin derramar sangre con Él? Si no derrama sangre del cuerpo tendrá que derramar sangre del alma, del corazón.

Pero el anillo de sangre por el cual el alma se une a su Divino Esposo es una participación de aquel anillo de carne virginal que Cristo entregó a su Humanidad el día de su Circuncisión.

Ave María.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa


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