Lutero: ¡no y
no!
Plinio
Correa de Oliveira
En la bula "Exsurge
Domine", de 1520, el Papa León X, condenó los errores de Lutero, el
promotor del espíritu de duda y de contestación de la primera grande Revolución
de Occidente
En 1974 tuve la honra de ser el primer firmante de un
manifiesto publicado en algunos de los principales diarios de Brasil y
reproducido en casi todas las naciones donde existían las TFP, que eran once a
la sazón.
Su título era:
“La política de distensión del Vaticano con los Gobiernos
comunistas Para la TFP: ¿omisión o resistencia?” (cfr. “Folha de S. Paulo”,
10-4-1974).
Ver: http://www.pliniocorreadeoliveira.info/ES_19740408_ResistenciaOstpolitikVaticana.htm#.Vqe2ZJrhDq4
En éste las entidades declaraban su respetuoso
desacuerdo con la Ostpolitik conducida por Pablo VI y exponían sus razones
pormenorizadamente. Sea dicho de paso que todo fue expresado de una manera tan
ortodoxa, que nadie levantó ninguna objeción al respecto.
Para resumir al mismo tiempo, en una sola frase, toda
la veneración y firmeza con la que declaraban su resistencia a la Ostpolitik
vaticana, las TFP decían al Pontífice: “Nuestra alma es vuestra, nuestra vida
es vuestra. Mandadnos lo que queráis. Sólo no nos mandéis que nos crucemos de
brazos ante el lobo rojo que arremete. A esto nuestra conciencia se opone.”
Me acordé de esta frase con especial tristeza al leer
la carta escrita por Juan Pablo II al cardenal Willebrands (cfr.
“L'Osservatore Romano”, 6-11-1983), a propósito
del quingentésimo aniversario del nacimiento de Martin Lutero, y firmada el 31
de octubre p. p., fecha del primer acto de rebelión del heresiarca en la
iglesia del castillo de Wittenberg. Ella está tan llena de benevolencia y amenidad, que me pregunté
si el augusto firmante se había olvidado de las terribles blasfemias que el
fraile apóstata lanzó contra Dios, Cristo Jesús, Hijo de Dios; el Santísimo
Sacramento, la Virgen María y el propio Papado.
Lo cierto es que él no las ignora, pues están al
alcance de cualquier católico culto, en libros de buen quilate que todavía no
se han hecho difíciles de obtener.
Tengo en mente dos de ellos. Uno es nacional: “La
Iglesia, la Reforma y la Civilización”, del gran jesuita P. Leonel Franca. El silencio eclesiástico oficial va dejando caer el polvo del
tiempo sobre el libro y su autor.
El otro libro es de uno de los más conocidos
historiadores franceses de este siglo: Funck-Brentano, miembro del Instituto de
Francia. Este autor, por más señas, es protestante.
Comencemos citando trechos recogidos en “Luther”, obra
de este último (Grasset, París, 1934, séptima edición, 352 páginas). Vamos directamente a esta
blasfemia sin nombre: “Cristo —dice Lutero—
cometió adulterio por primera vez con la mujer de la fuente de quien nos habla
San Juan. ¿No se murmuraba en torno a El: "¿Qué hizo, entonces, con
ella?"? Después, con Magdalena; enseguida, con la mujer adúltera, que El
absolvió tan livianamente. Así, Cristo, tan piadoso, también tuvo que fornicar
antes de morir” (“Propos de table”, núm. 1472, ed. de Weimar II, 107 - cfr. op.
cit., pág. 235).
Leído esto, no nos sorprende que Lutero piense —como
apunta Funck-Brentano— que “ciertamente Dios es grande y poderoso, bueno y
misericordioso (...), pero estúpido —"Deus est stultissimus" ("Propos de table", núm. 963, ed. de
Weimar, I, 478). Es un tirano. Moisés procedía, movido por su voluntad, como su
lugarteniente, como verdugo que nadie superó, ni aún igualó, en asustar,
aterrorizar y martirizar al pobre mundo” (op. cit., pág. 230).
Esto es estrictamente coherente con esta otra
blasfemia que convierte a Dios en el verdadero responsable por la traición de
Judas y la rebelión de Adán: “Lutero —comenta Funck-Brentano— lega a declarar que
Judas, al traicionar a Cristo, procedió bajo la imperiosa decisión del
Todopoderoso. Su voluntad (la de Judas) era dirigida por Dios; Dios lo movía
con su omnipotencia. El propio Adán, en el paraíso terrenal, fue obligado a
proceder como procedió. Estaba colocado por Dios en tal situación, que le era
imposible no prevaricar” (op. cit., pág. 246).
Aún coherente con esta abominable secuencia, en un
panfleto titulado “Contra el pontificado romano fundado por el diablo”, de
marzo de 1545, Lutero no llamaba al Papa de “Santísimo”, según la costumbre,
sino de “infernalísimo”, y agregaba que el Papado siempre se mostró sediento de sangre (cfr.
op. cit., págs. 337-338).
No sorprende que, movido por tales ideas, Lutero
escribiese a Melanchton, a propósito de las sangrientas persecuciones de
Enrique VIII contra los católicos de Inglaterra: “Es
lícito encolerizarse cuando se sabe qué especie de traidores, ladrones y
asesinos son los papas, sus cardenales y legados. Le complacería a Dios que
varios reyes de Inglaterra se empeñaran en acabar con ellos” (op. cit., pág.
254).
Por eso mismo también exclamó: “Basta
de palabras. ¡El hierro! ¡El fuego!” Y añadió: “Castigamos a los ladrones a espada; ¿por qué no hemos
de agarrar al Papa, a los cardenales y a toda la pandilla de la Sodoma romana y
lavarnos las manos en su sangre?” (op. cit., pág. 104).
Este odio de Lutero lo acompañó hasta el fin de su
vida. Afirma Funck-Brentano: “Su último sermón público en Wittenberg es del 17 de
enero de 1546: el último grito de maldición contra el Papa, el sacrificio de
la misa, el culto de la Virgen” (op. cit., pág. 340).
No asombra que grandes perseguidores de la Iglesia
hayan festejado su memoria. Así, “Hitler mandó proclamar fiesta nacional en Alemania la
fecha conmemorativa del 31 de octubre de 1517, cuando el fraile agustino
rebelde fijó, en las puertas de la iglesia de Wittenberg, las famosas 95
proposiciones contra la supremacia y las doctrinas pontificias” (op. cit.,
pág. 272).
Y a pesar de todo el ateísmo oficial del régimen
comunista, el doctor Erich Honnecker, presidente del Consejo de Estado y del
Consejo de Defensa (el primer hombre de la República Democrática Alemana),
aceptó encabezar el comité que, en plena Alemania roja, organizó las aparatosas
conmemoraciones de Lutero este año (cfr. “German Comments”, de Osnabrück, Alemania
occidental, abril de 1983).
Nada más natural que el fraile
apóstata haya despertado tales sentimientos en un líder nazi y más
recientemente en el líder comunista.
Nada más desconcertante, y hasta vertiginoso, que lo
que ocurrió en un escuálido templo protestante de Roma, con motivo de la
recientísima conmemoración del quingentésimo aniversario del nacimiento de
Lutero, el día 11 del corriente.
Participó de ese acto festivo, de amor y admiración
por la memoria del heresiarca, el prelado que el cónclave de 1978 eligió Papa; a quien incumbe, por tanto,
la misión de defender los santos nombres de Dios y Jesucristo, la Santa Misa,
la Sagrada Eucaristía y el Papado contra heresiarcas y herejes.
“Vertiginoso, espantoso”,
gimió a propósito de eso mi corazón de católico, que, sin embargo, redobló su
fe y su veneración por el Papado.
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