CORPUS CHRISTI
Jesús
les dijo: «En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis
vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.
Porque mi carne es verdadera comida y mi
sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo
en él.
Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por
el Padre, también el que me coma vivirá por mí.
Este es el pan bajado
del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma
este pan vivirá para siempre.»
San Juan 6:53-58
Versión Biblia De Jerusalén, 1976
Tomado de:
El Libro de La Vida –
Mística Santa
Ángela de Folino
En el santo sacrificio debemos ver y meditar
atentamente tres cosas, que son tres grandes verdades. No tengo la mínima duda,
sino que tengo la certeza de que toda alma que conozca estas tres verdades, no
podría quedar tan árida que no se colme en seguida de amor, al considerar cómo
fue amada por Dios.
Es necesario que el alma penetre hasta lo
íntimo del Dios-Hombre y descubra su plan de amor, actuado en el santo
sacrificio. El alma debe mirar a ese inefable amor de Dios que lo impulsó a
excogitar todo medio, para quedarse totalmente con nosotros. Y quiso este
sacramento, no sólo en memoria de su muerte que es nuestra salvación, sino
también para quedarse con nosotros, todo y siempre. Y el que quiera sondear
este abismo de amor, es menester que tenga buenos ojos.
Y ahora os hablaré de esas cosas que es
necesario que veamos, es decir, los dos aspectos poseídos por el Dios-Hombre y
cómo el alma llegó a conocerlos.
El primer aspecto consiste en considerar el
inefable amor que El tuvo por nosotros; y cómo rebosaba todo de amor por
nosotros; y cómo todo lo entregó a nosotros y para siempre. El segundo aspecto
consiste en considerar el indecible dolor que padeció por nosotros. Debemos
considerar cómo en el momento del alejamiento, al separarse de nosotros — ¡y
partía hacia una muerte tan dolorosa— debió aceptar tormentos increíblemente
agudos, en los que debía ser abandonado.
Pienso que esta verdad ha de ser escudriñada
por todos los que quieren celebrar y recibir este sacrificio. De ahí no se
aleje el alma, sino que se detenga y quede, porque la mirada que el Dios—Hombre
dirigió al género humano era tan amable que es absolutamente necesario destacar
ese inefable amor, cuando decidió inmolarse todo por nosotros en el santo
sacrificio.
Deteneos a considerar quién es el que quiso
quedarse en este sacrificio.
"El es el que es". Y Él que es
todo El ser, se quedó todo en ese sacramento.
Por eso nadie se extrañe de cómo puede existir
simultáneamente en tantos altares, aquende y allende los mares, y allá como
acá, y acá como allá. El habló así: "Yo
soy Dios, incomprensible para vosotros. Todo lo hice sin vosotros, y obro sin
vosotros. Frente a lo que no comprendéis, inclinad la
cabeza, porque para mí nada es imposible".
¿Hay algún alma tan insensible que,
contemplando esa mirada tan amorosa y tan sincera, al instante no se transforme
toda en amor?
¿Hay algún alma que pueda sostener esa mirada
tan cargada de tristeza y de amargura — ¡qué abandonado debió sentirse en su
dolor que era la síntesis de todos los dolores visibles e invisibles!— sin que
al instante no se transforme toda en amor?
¿Y puede haber algún alma tan escasa de amor
que, al ver cómo ha sido amada y cómo El dispuso todas las cosas para quedarse
totalmente con nosotros en el santo sacrificio, no se transforme toda en amor?
Esa mirada que posó
sobre nosotros era tan sumamente amante que, aunque tuviera delante de los ojos
la presencia de la muerte , y experimentara tormentos inefablemente agudos,
mortales e incomprensibles, y estuviera aplastado por todos los sufrimientos
del alma y del cuerpo, casi olvidado de sí, no renunció a su propósito, ¡tan
grande era el amor que tenía por nosotros!.
El amor de Dios tiene este designio: atrae así
las cosas que ama. Las saca fuera de ellas mismas y de toda cosa creada, y a
todas las une en el Increado.
Entonces el alma llega a comprender cómo toda la Trinidad tuviera el
propósito de preparar este santísimo sacrificio.
Entonces el alma se dirige a contemplar este
aspecto del Dios—Hombre: la presencia de la muerte y de todos sus dolores.
Y así como el alma se transformó en amor por la
mirada amorosa de Él, así se transforma en dolor por la mirada dolorosa del
Amado abandonado. El alma, meditando sobre esa mirada cargada de amargura, se
transforma toda en dolor y rechaza todo alivio y consuelo; y ¡llega a ser el
mismo dolor!
Y todos los que quieren ser hijos fieles del
santo sacrificio, no descuiden de meditar esta verdad. Y cómo Jesús, mientras
nos miraba con su mirada triste, estaba todo y solamente en cada uno de
nosotros; y también cuando nos miraba con su mirada amante y fiel, se daba todo
y solamente a cada uno de nosotros; por lo tanto cada uno de nosotros debe ser
todo y sólo de Él.
Si no existiera la visión de la mirada cargada de
amargura y de tristeza, tal serían el gozo y la felicidad de la mirada de amor
que el alma desfallecería. Y si no existiera la visión de la mirada amorosa y
fiel, tan grande sería el dolor de la mirada amarga y triste que también el
alma desfallecería. Una cosa suaviza la otra.
Proyecto de amor
Una
vez se le hizo a Ángela una pregunta acerca del cuerpo y de la sangre de
Nuestro Señor Jesucristo, que el sacerdote sacrifica sobre el altar. Ella
respondió así:
Si el alma quisiera comprender y hablar de
Dios, sumo y ordenador, ser increado y encarnado, y quisiera conocer algo de Él
y de las cosas divinas, y sobre todo del altísimo y santísimo Sacramento que El
estableció se celebrara diariamente a través de la boca del sacerdote su
ministro, el alma debería transformarse toda en Dios por el amor. Y así trasformada
en El, debería ponerse en su presencia, entrando y quedando en la intimidad de
Dios y no permanecer extraña.
A esto llamo presencia e intimidad con Dios:
considerar y contemplar a Dios, sumo y ordenador y Bien increado.
En primer lugar el alma considere quién es ella
y qué vale en sí misma. Después, elevada sobre ella misma en Dios, podrá
contemplar a Aquél que es invisible, y conocer a Aquél que es el incognoscible,
y sentir a Aquél qué está más allá de toda cosa sensible, y comprender a Aquél
que es el incomprensible. Así ella ve, conoce, siente y comprende a Dios, Luz
invisible, Bien incomprensible, y Bien desconocido. Y
comprendiendo, viendo, sintiendo y conociendo a Dios, según su capacidad, el
alma se dilata por el amor en Él, es colmada de Dios, se sumerge en la
felicidad de Dios; y Dios en ella y con ella.
Entonces el alma posee y saborea una dulzura
mayor por lo que no comprende que por lo que comprende; por lo que no ve que
por lo que ve; por lo que no siente que por lo que siente; por lo que no conoce
que por lo que conoce.
Y la razón, a mi parecer, es la siguiente. Por perfecta que sea el alma, y aun perfectísima como el alma
de la Virgen ,
cuanto comprende, ve, siente y conoce de Dios, ordenador, encarnado e infinito,
es nada en comparación de lo que ve, siente, conoce y comprende que no puede
comprender, ni ver, ni conocer, ni sentir.
El alma, pues, debe ver, considerar, pensar,
sentir y comprender acerca de este misterio y del altísimo Sacramento, quién es
su ordenador increado.
El alma debe todavía ver y considerar en Él lo
que hace el orden, a saber cuánto hizo y hace el Ordenador de este misterio. Yo
no sé más que esto: que Él no se impone a sí mismo sino un amor sin medida, ya
que El es el Ordenador, Dios bueno, Amor infinito.
Además, el alma debe ver y considerar el fin
para el cual tal orden fue orientado y para qué esa suma e infinita Bondad
quiso destinar este misterio. Y descubre que Dios quiso unirnos a sí e
incorporarse a nosotros, e incorporarnos a Él. Quiere que lo llevemos dentro de
nosotros, para que Él nos lleve y nos consuele y nos fortifique. Este es el
primer aspecto de este misterioso y sublime Sacramento que el alma ve y debe
ver penetrando en Dios.
Luego el alma, desprendiéndose de esa realidad más
grande, ve y considera en este misterio otra realidad más pequeña pero trabada
con la mayor, y ve, siente y comprende que la realidad más pequeña está en la
más grande y la más grande en la más pequeña, porque descubre que el Dios
increado es el Dios humanado, es decir que la divinidad y la humanidad están unidas en la
única persona de Cristo. A veces, en la vida presente, el alma recibe mayor gozo de
la realidad menor que de la mayor, porque el alma es más capaz y más apta para
entender la realidad menor que contempla en el Dios encarnado que la realidad
mayor que ve en Cristo, Dios increado.
El alma es una criatura que es vida de la
propia carne y de todos los miembros de su cuerpo. Así descubre que el Dios
increado es el Dios humanado, y que Cristo es a la vez creador y criatura; y
halla en Cristo un alma unida a la carne y a la sangre y a todos los miembros
de su santo cuerpo. Y así, una vez que la inteligencia humana descubre, ve y
conoce de ese misterio que Cristo-Hombre y Cristo-Dios juntos lo han
proyectado, se regocija y se expande en el Cristo, porque, como ya dije, ve que
el Dios increado es lo mismo que el Dios humanado, que se hizo conforme y
semejante a ella. Y el alma humana ve el alma de Cristo, y los ojos, y la carne
y el cuerpo de Cristo.
Cuando considera y ve y conoce y comprende la
realidad más pequeña, no se aleja de la mayor, porque descubre y ve en este
abismo humano-divino no sólo la infinita bondad de Dios, sino también el sumo e
increíble amor humano. Las dos cosas proceden del mismo Cristo ordenador, que
es a la vez Dios y Hombre en este misterio.
Saborea, lo repito, el más alto amor humano
junto con la suma bondad de Dios. Y el alma puede descubrir y ver esa bondad
infinita y ese altísimo amor; 'y los advierte y los halla cuando medita y
piensa en lo largo y duro de este misterio: es decir, meditando y
pensando, el alma descubre cuándo y porqué fue establecido este misterio.
Y descubre que el largo está muy cerca, y no
sólo cerca, sino junto a la dureza. Y contempla y ve que ese misterio fue
instituido durante la cena del Señor, por la tarde, casi al anochecer. Digo
"largo" en relación a su larga pasión, y descubre su larga pasión
junto con su dura muerte. Por eso digo que fue un misterio largo y duro: dos
aspectos que el alma puede y debe meditar y considerar en la institución de
este misterio.
En verdad fueron un gran amor y una suma bondad los que
impulsaron a Cristo, Dios-Hombre, a proyectar e instituir en tal hora y en tal
día un misterio tan nuevo, tan maravilloso, tan extraordinario, tan peculiar y
tan perfecto, tan amoroso y tan precioso para consuelo de toda alma fiel, y
para aliento y ayuda, durante esta vida terrenal, de toda la Iglesia militante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario