¿Porqué Rezar el Santo Rosario?:
[MCD –P16 Pág. 15 (1435).]
Tomado de: Mística Ciudad de Dios,
Vida de la Santísima Virgen María, dictada a su hija la Venerable Sor María de Jesús
de Agreda
Esta
imagen viva e imitación de Cristo, que reconocían los demonios en aquellos
primeros hijos de la Iglesia, temían de manera que no se atrevían a llegar a
ellos y luego huían de su presencia, como sucedía con los Apóstoles y los demás
justos que gozaron de la doctrina de mi Hijo santísimo. Ofrecían al Altísimo en
su perfectísimo obrar las primicias de la gracia y Redención. Y lo mismo sucediera hasta ahora, como
se ve y experimenta en los perfectos y santos, si todos los católicos
admitieran la gracia, obraran con ella, no la tuvieran vacía y siguieran el
camino de la cruz, como el mismo Lucifer lo temió, y lo dejas
escrito.
Pero
luego con el tiempo se comenzó
a resfriar la caridad, el fervor y devoción en muchos fieles, y fueron olvidando el beneficio de la Redención, admitieron las inclinaciones y deseos carnales,
amaron la vanidad y la codicia y se han dejado engañar y fascinar de las
fabulaciones falsas de lucifer, con que han oscurecido la gloria del Señor y se
han entregado a sus mortales enemigos. Con esta fea ingratitud ha llegado el
mundo al infelicísimo estado que tiene, y los demonios han levantado su
soberbia contra Dios, presumiendo apoderarse de todos los hijos de Adán, por el
olvido y descuido de los católicos.
Y llega su osadía a intentar la
destrucción de toda la Iglesia, pervirtiendo a tantos que la nieguen, y a los
que están en ella que la desestimen o que no se aprovechen del precio de la
sangre y muerte de su Redentor. Y la mayor calamidad es que no acaban de conocer
este daño muchos católicos, ni cuidan del remedio, aunque pueden presumir
han llegado a los tiempos que mi Hijo santísimo amenazó cuando habló a las
hijas de Jerusalén (Lc 23, 28), que serían dichosas las estériles y
muchos pedirían a los montes y collados que los enterrasen y cayesen sobre
ellos, para no ver el incendio de tan feas culpas como van talando a los hijos
de perdición, como maderos secos y sin fruto y sin ninguna virtud.
En
este mal siglo vives, oh hija mía, y para que no te comprenda la perdición de tantas almas, llórala con amargura de corazón y
nunca olvides los misterios de la encarnación, pasión y muerte de mi Hijo
santísimo, que
quiero los agradezcas tú por muchos que los desprecian. Y te aseguro
que sola
esta memoria
y meditación
es de gran terror para el infierno
y atormenta
y aleja
a los
demonios, y ellos huyen y se apartan de los
que con
agradecimiento se acuerdan de la vida
y misterios
de mi Hijo santísimo.
MCD –P17 Pág. 37
(35). Pero el Padre de las misericordias
que está en los cielos no quiere que las
obras de su clemencia
sean del todo
extinguidas y para conservarlas nos ofrece el
remedio oportuno de la protección de María santísima, sus continuos ruegos, intercesión
y peticiones, con que la rectitud de la
Justicia Divina tuviese algún título y
motivo conveniente para suspender el
castigo riguroso que merecemos y
nos amenaza, si no procuramos granjear
la intercesión de esta gran Reina y
Señora del cielo, para que desenoje a su Hijo santísimo
justamente indignado y nos alcance la enmienda de los pecados, con que provocamos su justicia
y nos hacemos indignos de su misericordia…
MCD –P17 Pág. 38 (36). En
mayor testimonio y prueba de la clemencia de María santísima, añade el
Evangelista: Que
las puertas de esta Jerusalén divina no estaban cerradas ni por el día ni por
la noche; para que todas las gentes lleven a ella su gloria y honra (Ap 21, 25-26).
Nadie, por pecador y tardo
que haya sido, por infiel y pagano, llegue con desconfianza a las puertas de
esta Madre de misericordia, que quien se priva de la gloria que gozaba a la
diestra de su Hijo para venir a socorrernos no podrá cerrar las puertas de su
piedad a quien llegare a ellas por su remedio con devoto corazón.
Y aunque llegare en la noche de la culpa o en el día de la gracia y a
cualquier hora de la vida, siempre será admitido y socorrido. Si el que llama a media
noche a las puertas del amigo que de verdad lo es le obliga por la necesidad o
por la importunidad a que se levante y le socorra dándole los panes que pide (Lc 11, 8),
¿qué hará la que es Madre y tan piadosa que llama, espera y convida
con el remedio?
No aguardará que seamos importunos, porque es presta en atender a los
que la llaman, oficiosa en responder y toda suavísima y dulcísima en favorecer
y liberal en enriquecer.
Es el fomento de la
misericordia, motivo para usar el Altísimo de ella y puerta del cielo para que
entremos a la gloria por su intercesión y ruegos. Nunca entró en ella
cosa manchada ni engañosa (Ap 21, 27).
Nunca se
turbó, ni admitió indignación ni odio con los hombres, no se halló en ella
jamás engaño, culpa ni defecto, nada le falta de cuanto se puede desear para
remedio de los mortales.
No tenemos excusa ni descargo, si no llegamos con humilde reconocimiento,
que como es pura y limpia también nos purificará y limpiará a nosotros. Tiene la llave de las fuentes del Redentor, de que dice
Isaías (Is 12, 3) saquemos agua, y su intercesión, obligada de nuestros ruegos,
vuelve la llave y salen las aguas para lavarnos ampliamente y admitirnos en su
felicísima compañía y de su Hijo y Dios verdadero por todas las eternidades.
MCD –P19 Pág. 19 (301).
Pero de todo lo bueno que hace la criatura tomamos algún motivo los
bienaventurados para defenderla de sus enemigos y para pedir a la misericordia
divina la mire y saque del pecado. Oblíganse también los Santos de que los
invoquen y llamen de todo corazón en los peligros y necesidades y tengan con
ellos afectuosa devoción. Y si los Santos, por la caridad que tienen, están tan
inclinados a favorecer a los hombres entre los peligros y contradicción que
conocen les busca el demonio, no te admires, carísima, que yo sea tan piadosa
con los pecadores que me llaman y acuden a mi clemencia por su remedio, que yo
les deseo infinito más que ellos mismos. No se pueden numerar los que yo he rescatado del Dragón infernal por
haber tenido devoción conmigo, aunque sea sólo con rezar una Ave María o
pronunciar una sola palabra en mi honor e invocación. Tanta es mi caridad con
ellos, que si con tiempo y con verdad me llamasen, ninguno perecería, pero no
lo hacen los pecadores y réprobos [precitos]; porque las heridas espirituales del pecado, como no son sensibles para el cuerpo, no los lastiman, y cuanto más se repiten, menos dolor y sentimiento causan, porque el segundo pecado es ya herida en cuerpo muerto, que ni sabe temer ni prevenir, ni sentir el daño que recibe.
MCD –P19 Pág. 20 (302). De esta
torpísima insensibilidad resulta en los hombres el olvido de su eterna condenación y del desvelo con que se la procuran los demonios. Y sin saber en qué fundan su falsa seguridad, duermen y descansan en su propio daño, cuando fuera justo que le temieran y que hicieran ponderación de la [eterna muerte] que
les amenaza muy de cerca, y a lo menos acudieran al Señor, a mí y a los Santos a pedir el remedio. Pero aun esto que les cuesta poco no saben hacer,
hasta el tiempo que muchas veces no le pueden alcanzar, porque le piden sin las
condiciones que conviene para dársele. Y si yo le alcanzo para algunos en el
último aprieto, porque veo cuánto le costó a mi Hijo santísimo
redimirlos, pero este privilegio no puede ser ley común
para todos. Y por eso se condenan tantos hijos de la Iglesia, que como ingratos e insipientes desprecian
tantos y tan poderosos remedios como les ofreció la divina clemencia en el
tiempo más oportuno.
Y también será para ellos nueva confusión que conociendo la
misericordia del Altísimo y la piedad con que yo los quiero remediar y la
caridad de los Santos para interceder por ellos, no quisieron dar a Dios la gloria, y a mí y a los Ángeles y Santos el gozo
que tuviéramos de remediarlos si nos llamaran de todo corazón.
·
Abogada
y protectora nuestra:
MCD –P22 Pág. 26 (783)…
sabiendo los hombres que
me tienen en el Cielo por Madre, Abogada y Protectora suya, para remediarlos y
socorrerlos y encaminarlos a la vida eterna. Y siendo esto así, y que el
Altísimo me concedió tantos privilegios como a Madre suya y por
los títulos que has escrito, y que todos los convierto y
aplico al beneficio de los mortales como Madre
de clemencia, el ver que no sólo me tengan ociosa para su propio bien y
que por no llamarme de todo corazón se pierdan tantas almas, causa era de gran
dolor para mis entrañas de misericordia. Pero si no tengo dolor, tengo justa queja de los hombres, que
para sí granjean la pena eterna y a mí no me dan esta gloria.
(784). Nunca se
ha ignorado en la Iglesia lo que vale mi intercesión y el poder que tengo en
los cielos para remediar a todos, pues la certeza de esta verdad la he
testificado con tantos millares de millares de milagros, maravillas y favores,
como he obrado con mis devotos, y con los que en sus necesidades me han
llamado, siempre he sido liberal y por mí lo ha sido el Señor para ellos,
y aunque son muchas las almas que he remediado, son pocas respecto de las que
puedo y deseo remediar. El mundo corre y los siglos caminan muy adelante; los
mortales tardan en volverse a Dios y conocerle; los hijos de la Iglesia se embarazan y enredan en
los lazos del demonio; los pecadores crecen en número y las culpas se aumentan; porque
la caridad se resfría, después de haberse hecho Dios hombre, enseñado al mundo
con su vida y doctrina, redimiéndole con su pasión y muerte, dando Ley
Evangélica y eficaz,
concurriendo de su parte la
criatura, ilustrando la Iglesia, con tantos milagros, luces, beneficios y favores
por sí y por sus Santos; y sobre esto
franqueando sus misericordias por su bondad y por mi mano e intercesión, señalándome
por su Madre, Amparo, Protectora y Abogada, y cumpliendo yo puntual y
copiosamente con estos oficios. Después de todo esto, ¿qué mucho es que la Justicia divina esté irritada, pues los pecados de
los hombres merecen el castigo que les amenaza y comienzan a
sentir? Pues con estas
circunstancias llega ya la
malicia a lo sumo que puede. (785)… pero mi piedad y clemencia excede a
tanta malicia, y tiene inclinada a la infinita bondad y detenida la justicia;
y el Altísimo quiere ser liberal de sus tesoros
infinitos y determina favorecerlos si saben granjear mi intercesión y me
obligan para que yo la interponga con eficacia en la divina presencia. Este
es el camino seguro y el medio poderoso para mejorarse la Iglesia, remediarse
los reinos católicos, dilatarse la fe,
asegurarse las familias y estados y reducirse las almas a la gracia y amistad
de Dios.
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