El diablo no tiene rodillas
Germán Mazuelo-Leytón
La Misa es la devota celebración del misterio de la Presencia de
Cristo en medio de su pueblo.
La celebración de la Misa –afirma la Ordenación General del
Misal Romano (IGMR)-como acción de Cristo y del Pueblo de Dios ordenado
jerárquicamente, es el centro de
toda la vida cristiana.
Si la Eucaristía es
la cumbre
de toda la vida de la Iglesia, se comprende el cuidado y el empeño de los pastores para
que este inestimable Don, sea profunda y religiosamente amado, tutelado y
rodeado de aquel culto que exprese el mejor modo posible a la limitación humana
la fe en la Presencia real de Cristo.
Recuerdo muy bien, un domingo en Chile, cuando con un
colaborador apostólico argentino visitábamos una parroquia rural, donde
funcionaba un consejo de la Legión de María con varios grupos esparcidos por
las aldeas del extenso territorio. Ya en el pueblo, asistimos a la Misa. El
párroco -un buen y santo sacerdote- tenía una visible invalidez que no le
permitía desplazarse ciertamente. Llegado el momento de la comunión, la
religiosa que actuaba de ministra de la comunión sostenía en una mano el copón,
mientras que a su vez partía las sagradas formas para administrarlas. En
acercarnos a recibir el Cuerpo del Señor, y cada que partía las hostias se
veían caer al piso fragmentos no tan pequeños, hecho del cual la religiosa
parecía no percatarse. Terminada la Santa Misa, los dos foráneos, sin habernos
puesto de acuerdo, rápidamente fuimos a arrodillarnos ante los muchos
fragmentos visibles esparcidos, y humedeciendo los dedos los consumimos.
Algunos años después supe que por hechos similares
frecuentemente repetidos, han surgido grupos de laicos cuya única
responsabilidad es la de recoger fragmentos de las Hostias Consagradas que se
han caído después de dar la comunión en la mano.
La pérdida de la fe se manifiesta de una manera especial en la
irreverencia ante Jesús Eucarístico. Por la manera de recibir la Santa Comunión
y de asistir a la Santísima Eucaristía se ve claro que muchos no creen que allí
está presente nuestro Señor en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y
consiguientemente se recibe la Comunión en estado de pecado grave en el alma,
sin haber recibido antes la absolución sacerdotal en la Confesión sacramental. Hay un cáncer anti-Eucaristía que se ha esparcido
bajo la consigna de construir comunidad.
En la Santísima Eucaristía mientras el sacerdote eleva la hostia
y el cáliz, hay un momento de silencio. El sacerdote se arrodilla después de
cada elevación para dar testimonio de su fe en que el Señor resucitado está
presente en el altar.
San Agustín decía:
Nadie coma de este Cuerpo, si primero no lo adora. Fe y reverencia son consecuentemente los criterios básicos ante la
Presencia real y verdadera, no obstante, muchos toman la postura de estar de
pie o sentados. Después de la comunión muchos no se quedan en íntima adoración
con Jesús, y casi todos los comulgantes terminada la Misa buscan alcanzar
cuanto antes la puerta en una evidente pérdida del sentido de lo sagrado.
Los llamados Ministros
Extraordinarios de la Sagrada Comunión, la administran sin la debida
preparación y conciencia eucarística. He sabido de un laico que llevó el
Viático a un enfermo en una bolsita plástica.
La IGMR establece que el que comulga recibe el sacramento en la
boca o, en los lugares en que se ha concedido, en la mano, según prefiera (161,
los fieles comulgan de rodillas o de pie según lo establezca la Conferencia de
Obispos respectiva, y, cuando se comulga de pie, se recomienda hacer, antes de
recibir el Sacramento, la debida reverencia, que deben establecer las mismas
normas (160).
Sin embargo, en ese falso espíritu de madurez cristiana,
individualista y liberal, la comunión en la mano propicia una falsificación y
desacralización de la Eucaristía.
Joseph Ratzinger en su libro El espíritu de la liturgia recuerda
un antiguo modo de representar al diablo: sin rodillas. Por su orgullo el demonio no tiene
la capacidad de arrodillarse ante Dios, así también pasa con muchos de nuestros
contemporáneos:
han perdido la capacidad de
adoración. Jesús
instituyó la Sagrada Eucaristía para que la humanidad recordara su sacrificio. El pecado del hombre es el olvido. El diablo no tiene capacidad de
arrodillarse ante Dios, pero nosotros sí y a menudo no queremos arrodillarnos
para adorar al Rey de reyes y Señor de señores.
Dios podría hacer que todos los seres
humanos cayéramos de rodillas llenos de pavor, en este mismo instante… Hay
cientos de otras formas en que Dios puede hacer caer de rodillas a la
humanidad, pero el Señor se rehúsa a ganarse a su pueblo de otra forma que no
sea por el amor (P. Stephen Valenta, OFM Cap.).
Todos debemos mantenernos vigilantes, recordando en humildad de
corazón, que la recepción eucarística y la adoración eucarística son nuestro
deber más alto y nuestra más grande necesidad, sin olvidar que nuestra forma
exterior ante el Misterio de la Fe, junto a la devota y reverente disposición
interior, conducirá también a mejorar las de los demás.
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