LLEGA UNA MUJER DE SAMARIA A SACAR AGUA
San Agustín, Tratado 15
sobre el evangelio de san Juan (10-12.16-17)
Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no
santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura.
La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con
ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Los
samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido.
Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una
extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo
de Israel.
Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros:
reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La
mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de
figura, y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso
darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.
Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al
pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me
pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no se tratan con
los samaritanos.
Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni
siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar
el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban
a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en
realidad, de la fe de aquella mujer.
Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le
contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le
pedirías tú, y él te daría agua viva».
Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua.
Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete
abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras
-dice- el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no
habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y
ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que
esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de
beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino
de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán
tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?
De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la
saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo
entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no
tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte, su
indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el
trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús
quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún
no lo entendía.
AVE MARÍA
PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA
AVE MARÍA
PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA
AVE MARÍA
PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA
Amén.
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