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viernes, 3 de junio de 2016

Sagrado Corazón de Jesús e Inmaculado Corazón de su Ssma. Madre.- Ejercicio de amor y piedad


EJERCICIO DE AMOR Y PIEDAD SOBRE LOS DOLORES DEL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS Y DEL SAGRADO CORAZÓN DE MARÍA
Tomado de:
“El Corazón de Jesús”, de San Juan Eudes
EDITORIAL «SAN JUAN EUDES»
USAQUEN, BOGOTA, D.E.
1957

Jesús, bueno e inocentísimo Cordero, que sufristeis tantos tormentos en la cruz, que visteis el Corazón virginal de vuestra querida Madre abismado en un océano de dolores, dignaos enseñarme a acompañaros en vuestros sufrimientos y a sentir vuestras aflicciones.

¡Oh, qué doloroso espectáculo ver estos dos corazones de Jesús y María, tan santos, tan inocentes y tan llenos de gracias y perfecciones, tan colmados del divino amor, tan estrechamente unidos y afligidos el uno por el otro! El Corazón sagrado de la Madre de Jesús sentía vivamente los inmensos tormentos de su Hijo y el Hijo único de María estaba plenamente penetrado de los dolores incomparables de su Madre. La hermosa Oveja y el inocentísimo Cordero se llaman uno a otro. El uno llora por el otro, sufre y siente las angustias del otro sin alivio alguno y cuanto más puro y ardiente es el amor mutuo más sensibles y agudos son los dolores.

¡Oh corazón endurecido, cómo no te derrites en dolores y lágrimas al ver que eres la causa de los inenarrables dolores de esta santa Oveja y del dulcísimo Cordero!

¿Qué han hecho para sufrir tantas aflicciones?
Tú, miserable pecador, tus abominables pecados son los verdugos de estos inocentísimos y santísimos corazones. Perdonadme, corazones benignísimos, tomaos sobre mí la venganza que merezco; ordenad a las criaturas obedientes que descarguen sobre mí los castigos de que soy digno. Enviadme vuestros dolores y sufrimientos, a fin de que, como he sido su causa, os ayude a llorar y sentir lo que os he hecho sufrir. Oh Jesús, amor de mi corazón; oh María, consuelo de mi alma, tan semejante a vuestro Hijo, imprimid en mi corazón un gran desprecio y aversión a los placeres de esta vida que pasasteis entre tormentos. Puesto que soy vuestro, de vuestra casa y vuestro indignísimo siervo, no permitáis que acepte placer alguno en este mundo, sino en las como en que Vosotros lo tomáis y haced que lleve siempre vuestros dolores en mi alma, que ponga mi gloria y mis delicias en estar crucificado con Jesús y María.

!Oh Virgen santísima! , ¿Cómo vuestros goces se han cambiado en dolores? Si hubieran sido semejantes a los del mundo, justo hubiera sido este cambio; pero, oh Reina de los Ángeles jamás os gozasteis sino en las cosas divinas. Sólo Dios poseía vuestro Corazón y nada os contentaba fuera de lo que procedía de Él y a El os guiaba. Tuvisteis el gozo de veros Madre de Dios, de llevarle en vuestras benditas entrañas, de verle nacido y adorado por los Ángeles, pastores y reyes, de verle descansar en vuestro do pecho y de sustentarle con vuestra leche virginal; de servirle con vuestras purísimas manos, de ofrecerle en el templo a su eterno Padre, de verle conocido y adorado por el justo Simeón y por la profetisa Ana. Todos vuestros gozos durante los treinta años que con El morasteis eran divinos interiores y espirituales, de El mismo los recibíais. Eran júbilos, elevaciones de espíritu y arrobamientos del alma, que inflamada en el amor de este amabilísimo Jesús se elevaba y transportaba en su divina Majestad. Y así unida y transformada siempre en El, recibía mayores favores que todas las jerarquías del cielo, puesto que vuestro amor sobrepasaba al de los Serafines.

¡Oh, Señora y Reina de los Ángeles!, ¿qué puede haber en goces tan puros y santos, en tan espirituales y celestiales satisfacciones, capaz de convertirlos en dolores? ¿Tuvo que llegar hasta Vos la miseria y tributo de los pobres hijos de Eva, desterrados del paraíso, en cuyo pecado no tuvisteis la menor parte? ¿No fue posible sino este destierro dejara de ser para Vos tierra de aflicciones y valle de lágrimas?

Oh, pobre pecador, que, crees encontrar placer en esta vida, que no los tiene sino engañosos y falsos, mira los sufrimientos del Rey y de la Reina del cielo. Muere de confusión a la vista de los desórdenes de tu vida y de la aversión que tienes a la cruz. Toda la vida de Jesús, la inocencia misma, es un continuo sufrimiento. Toda la vida de María, santa e inmaculada, es una perpetua cruz. ¡Y tú, miserable pecador, que has merecido mil veces el infierno, tú ambicionas  placeres y consuelos!

Oh, Reina de los Ángeles, durante todo el tiempo que vivisteis con vuestro Hijo Jesús, os visteis oprimida por los dolores que ciertamente os habían de sobrevenir, puesto que habían sido profetizados por el anciano Simeón: dolores sin igual, porque la medida de ellos era la grandeza de vuestro amor.

Llegado el momento de la pasión, el Divino Salvador se despidió de Vos para ir a sufrir, haciéndoos saber que era la voluntad de su Padre que le acompañaseis al pie de la cruz y que vuestro Corazón fuera allí traspasado por la espada del dolor. Avisada por San Juan en el momento en que iba a ser inmolado el divino Cordero, regasteis las calles de Jerusalén con vuestras lágrimas. Encontrasteis a vuestro Hijo en medio de una muchedumbre de lobos y leones que aullaban y rugían contra El: ¡«Tolle, tolle, crucifige, crucifige»! (San Juan 19:15). Le visteis, no adorado por Ángeles ni reyes, sino mostrado al pueblo como falso rey, blasfemado, deshonrado, condenado a muerte, cargado con su cruz, conducido al Calvario, a donde le seguisteis bañada en lágrimas en medio de inmensos dolores.

Cuando fue crucificado escuchasteis los martillazos que partían vuestro Corazón. Sufristeis indecibles tormentos' aguardando la hora dolorosa en la que le habíais de ver crucificado. Le contemplasteis levantado en alto, entre los gritos y blasfemias que vomitaban contra El las bocas infernales de los judíos y que helaban vuestra sangre. Estuvisteis aquellas dolorosas horas junto a la cruz oyendo las atroces injurias que aquellos pérfidos proferían contra vuestro Cordero, contemplando los terribles tormentos que le hicieron sufrir hasta que expiró entre tantos oprobios y suplicios.

Después os le pusieron muerto en vuestros brazos para que envolvieseis su cuerpo en un lienzo y le dieseis sepultura, de manera que como en su nacimiento le prestasteis los primeros servicios, le ofrendaseis también los últimos obsequios, en tan apremiantes dolores y crueles angustias. Tan penetrante era la desolación de vuestro corazón maternal, que para comprenderla en alguna manera, sería preciso entender el exceso de vuestro casi infinito amor a vuestro Hijo. Todo os afligía. En todo no veíais sino motivo de desolación y de lágrimas; vuestro maternal Corazón tan lleno estaba de sangrantes llagas, como vuestro querido Jesús padecía en su cuerpo y en su Corazón. Aunque en nada disminuía vuestra fe y la obediencia mantenía vuestro Corazón perfectamente resignado a la voluntad divina, no por eso dejabais de sufrir inconcebibles dolores, como los que experimentaba vuestro Hijo a pesar de su perfectísima sumisión a todas las órdenes de su divino Padre. No hay, en fin, corazón capaz de comprender lo que entonces sufristeis.

Vuestros fieles servidores y verdaderos amigos se deshacen en lágrimas y se llenan de dolor al ver vuestros divinos goces cambiados en tan crueles tormentos y al considerar que vuestra santísima inocencia sufre dolores tan inhumanos. Gustosos se consumirían y harían pedazos para vuestro consuelo, si lo pudieran. Oh, qué sangriento martirio para el corazón de vuestro divino Hijo, Unigénito de Dios y vuestro, ver clarísimamente todos los dolores que traspasaban vuestro Corazón, el abandono en que quedabais, las angustias que su ausencia había de ocasionaros. Saber que no le hablabais, ni El os hablaba, porque no hay palabras capaces de mitigar tan atroces dolores.

Oh Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, ¿qué corazones son los que así tenéis crucificados? Cómo no prestáis vuestra asistencia a vuestro único Hijo y a vuestra amable Hija y humildísima Sierva? Cómo quebrantáis con ellos la ley que establecisteis de que sobre vuestro altar no se sacrifique el mismo día al cordero y a su madre? Porque en el, mismo día, a la misma hora, en la misma cruz y con los mismos clavos tenéis clavado al único Hijo de la desolada María y su Corazón virginal de inocentísima Madre. Es que os cuidáis más de las ovejas, bestias brutas, no queriendo que aun sacrificadas cuando se encuentran afligidas por la pérdida de sus corderos que de esta purísima Virgen afligida por los dolores y muerte de su divino Cordero? Es que no queréis que tenga otro verdugo de su martirio, sino el amor que a vuestro Unigénito tiene; ni que, en tan crueles tormentos, falte a este bondadosísimo Hijo, la vista de los sufrimientos de esta dignísima Madre para más afligirle y atormentarle!

Alabanzas y bendiciones inmortales sean dadas, ¡oh, Dios mío, al amor incomprensible que tenéis a los pecadores! ¡Gracias infinitas y eternas por todas las obras de este divino amor!

Oh Jesús, Unigénito de Dios, Hijo único de María, luz de mi alma, os suplico, por el infinito amor que me tenéis, que iluminéis mi mente con vuestras santas verdades, que arrojéis de mi corazón el deseo de los consuelos de esta, vida y que pongáis en él deseos de sufrir por vuestro amor, causa de vuestros tormentos y fuente de las tribulaciones de vuestra santa Madre. Qué ciego soy cuando creo poder agradaros por camino distinto del señalado! Hasta cuándo, oh Amor, seré tan ciego y viviré tan engañado? Hasta cuándo huiré de Vos? Hasta cuándo este hombre de tierra se negara a tener vuestros divinos sentimientos? Para qué quiero la vida al no la empleo en darosla como Vos y vuestra santísima Madre la disteis por mí en la cruz? Qué mayor esclarecimiento de mis faltas quiero yo que este? Oh divina Sabiduría, que vuestra luz celestial me guié por todas partes, que la fuerza de vuestro amor me posea totalmente y que obre en mi alma los cambios que produce en los corazones dóciles.

Me ofrezco y me doy del todo a Vos; haced, Señor que lo haga con puro y completo corazón. Quitadme el placer de., todas las coma y que únicamente lo tenga en amaros y en sufrir con VOS.

Oh Dios de mi corazón, os adoro Y os doy infinitas gracias porque hacéis que redunden en mi provecho los dolores que sufría al ver los de vuestra santa Madre, dándomela por Señora y Madre. Gracias por amarme hasta desear que ella me ¿une en vuestro lugar como a su Hijo y como tal tenga compasión de ]ni Y de mis necesidades, que me asista, favorezca, proteja, guarde y gobierne como a hijo suyo. Quizá, oh Redentor mío, no habéis encontrado mayor consuelo para vuestra Santísima Madre, que el darle hijos perversos y pecadores para que emplee su poder y caridad en procurar su conversión y salvación. Bendito y alabado seáis eternamente, porque habéis querido que nada se pierda, sino que todo se emplee en remedio de mis males y para colmarme de verdaderos bienes. No permitáis, pues, oh mi caritativo Médico, que muera entre tantos remedios. Recibidme y nacedme digno siervo y verdadero hijo de esta gran Reina y buenísima Madre.

Oh santísima Madre de Dios, recordad que los dolores que no sufristeis en el alumbramiento virginal de vuestro único Hijo se multiplicaron al pie de la cruz, en el alumbramiento espiritual de los pecadores cuando los recibisteis a todos por hijos vuestros. Ya que tanto os he e costado, recibidme, aunque indignísimo en calidad de tal. Haced conmigo, oh santísima Virgen, el oficio de Madre, protegiéndome, asistiéndome, guiándome en todas las cosas y obteniéndome de vuestro Hijo la gracia de mi salvación. Oh moradores del Cielo, benditos y sagrados frutos de las entrañas espirituales del maternal Corazón de esta purísima Virgen, pedidle que sea siempre para mí una Madre benignísima y que me alcance de su querido Hijo Jesús el servirlos y amarlos fielmente en este mundo para ser del número de los que le bendecirán y amarán eternamente en el otro. Así sea!



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