EUCARISTÍA E
IGLESIA
Benedicto XVI, Exhortación «Sacramentum caritatis», nn. 14-15
Por el Sacramento eucarístico Jesús incorpora a los fieles a su
propia «hora»; de este modo nos muestra la unión que ha querido establecer
entre Él y nosotros, entre su persona y la Iglesia. En efecto, Cristo mismo, en
el sacrificio de la cruz, ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su
cuerpo. Los Padres de
la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del
costado de Adán mientras dormía y de la nueva Eva, la Iglesia, del costado
abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: del costado traspasado,
dice Juan, salió sangre y agua, símbolo de los sacramentos (Const. LG 3). Contemplar «al
que atravesaron» (Jn 19,37)
nos
lleva a considerar la unión causal entre el sacrificio de Cristo, la Eucaristía
y la Iglesia. En efecto, la Iglesia «vive de la Eucaristía» ( Ecclesia de
Eucharistia, 1). Ya que en ella se hace presente el sacrificio redentor de
Cristo, se tiene que reconocer ante todo que «hay un influjo causal de la
Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia» ( Ibid. 21).
La Eucaristía es Cristo que se nos entrega, edificándonos
continuamente como su cuerpo.
Por tanto, en la sugestiva correlación entre la Eucaristía que edifica la
Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía, la primera afirmación
expresa la causa primaria: la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de
Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha
entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz. La posibilidad que tiene la
Iglesia de «hacer» la Eucaristía tiene su raíz en la donación que Cristo le ha
hecho de sí mismo. Descubrimos también aquí un aspecto elocuente de la fórmula
de san Juan: «Él nos ha amado primero» (1 Jn
4,19). Así,
también nosotros confesamos en cada celebración la primacía del don de Cristo.
En definitiva, el influjo causal de la Eucaristía en el origen de la Iglesia
revela la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del habernos «amado
primero». Él es
quien eternamente nos ama primero.
La Eucaristía es, pues, constitutiva
del ser y del actuar de la Iglesia. Por eso la antigüedad cristiana designó con las mismas palabras
Corpus Christi el Cuerpo nacido de la Virgen María, el Cuerpo eucarístico y el
Cuerpo eclesial de Cristo. Este dato, muy presente en la tradición, ayuda a
aumentar en nosotros la conciencia de que no se puede separar a Cristo de la
Iglesia. El Señor Jesús, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio por nosotros,
anunció eficazmente en su donación el misterio de la Iglesia. Es significativo
que en la segunda plegaria eucarística, al invocar al Paráclito, se formule de
este modo la oración por la unidad de la Iglesia: «que
el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y
Sangre de Cristo».
Este pasaje permite comprender bien que la res del Sacramento eucarístico
incluye la unidad de los fieles en la comunión eclesial. La Eucaristía se
muestra así en las raíces de la Iglesia como misterio de comunión.
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Tomado de http://www.franciscanos.org/
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