Comienza el Año de la Misericordia. Petición Francisco para que cambie de rumbo o renuncie
The Remnant solicita a S.S. Francisco que cambie de rumbo o renuncie
al cargo de Sucesor de S. Pedro
8 de
diciembre de 2015
Festividad
de la Inmaculada Concepción
Santidad:
Celestino V (reinó en 1294), reconociendo un incapacidad para el
cargo, al que había sido elegido de forma muy inesperada siendo el ermitaño
Pietro da Morrone, y dándose cuenta del grave daño que estaba haciendo a la
iglesia con su inepto gobierno, abdicó tras un reinado de apenas cinco meses.
Clemente V lo canonizó en 1313. A fin de que no quedase duda de la validez de
tan inusitado acto pontificio, Bonifacio VIII, confirmó a perpetuidad (ad
perpetuam rei memoriam) que «el Romano Pontífice es libre para abdicar de su
cargo».
Son cada vez más los católicos, entre los que se cuentan
cardenales y obispos, que están conscientes de que vuestro pontificado,
igualmente fruto de una elección imprevista, está causando también un serio
perjuicio a la Iglesia. Ya no es posible negar que os falta la capacidad o la
voluntad para aquello que tan acertadamente señaló vuestro predecesor que debe
cumplir todo pontífice: «vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la
obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y
alteración, así como frente a todo oportunismo».
Al contrario, como se puede ver en los hechos que adjuntamos,
vuestra santidad ha dado numerosas indicaciones de tener una alarmante
hostilidad a la doctrina, disciplina y práctica tradicionales de la Iglesia, así
como a los fieles que las defienden, a la vez que manifiesta preocupación por
cuestiones sociales y políticas que no son competencia del Romano Pontífice. A
consecuencia de ello, los enemigos de la Iglesia constantemente se regocijan de
vuestro pontificado, exaltándoos por encima de vuestros predecesores. Esta
situación tan calamitosa no tiene precedentes en la historia de la Iglesia.
El año pasado, hablando de la abdicación de Benedicto, Vuestra
Santidad declaró que haría igual si se sintiera incapaz de ejercer su cargo. En
el primer aniversario de la abdicación de Benedicto, pidió a los fieles que lo
acompañaran en sus oraciones por S. S. Benedicto XVI, «hombre de gran valor y
humildad».
Con gran inquietud, y bajo la mirada de Aquel que nos juzgará en
el Último Día, estos humildes súbditos ruegan respetuosamente a Vuestra
Santidad que cambie de rumbo por el bien de la Iglesia y de las almas. Si eso
no fuera posible, ¿no sería preferible que Vuestra Santidad renunciase a la
Silla de S. Pedro a que presida una catastrófica transigencia en la integridad
de la Iglesia?
Hacemos nuestras las palabras de Santa Catalina de Siena, doctora
de la Iglesia, en su famosa carta a Gregorio XI, en la que lo instaba enderezar
bien el rumbo de la Iglesia en una de sus mayores crisis: «Dios os ha concedido
autoridad y la habéis asumido. Por tanto, debéis hacer uso de vuestra virtud y
autoridad. Y si no estáis dispuestos a emplearlas, sería mejor que abandonaseis
el cargo que había tomado…»
¡María, Auxilio de los Cristianos, ruega por nosotros!
Vuestros súbditos en Cristo,
Christopher A. Ferrara
Michael J. Matt
Dr. John Rao
Professor Brian McCall
Elizabeth Yore
Timothy J. Cullen
Chris Jackson
Michael Lofton
Father Celatus
Connie Bagnoli
Susan Claire Potts
Robert Siscoe
John Salza, Esq.
Vincent Chiarello
John Vennari.
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Hechos
Vuestro
predecesor Benedicto XVI, cuando se sentó por primera vez en la cátedra
petrina, recordó a los fieles católicos que «el Papa no es un soberano absoluto,
cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es
garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra». De conformidad con ello, dijo Benedicto, «un papa no
debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y
la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de
adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo».
El
rumbo que ha seguido hasta el momento vuestro pontificado nos obliga a declarar
públicamente que no habéis respetado la naturaleza del cargo petrino, sino que
habéis abusado de él como nunca se ha visto. Por la presente, exponemos a
Vuestra Santidad las principales inquietudes que han suscitado la alarma en
todos los niveles de la Iglesia motivando esta súplica.
Primero.
En lugar de enseñar en todo momento la doctrina de
la Iglesia sobre la Palabra de Dios, Vuestra Santidad ha proclamado
incesantemente sus propias ideas en homilías, conferencias de prensa,
comentarios improvisados, entrevistas con la prensa, discursos varios e
interpretaciones extravagantes de las Escrituras.
Dichas ideas, desde las simplemente inquietantes hasta las
claramente heterodoxas, están bien representadas en vuestro manifiesto personal
Evangelii Gaudium, documento que contiene varias declaraciones asombrosas que
jamás se atrevido a expresar pontífice alguno. Entre otras, vuestro sueño de
«transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el
lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la
evangelización del mundo actual más que para la autopreservación». Resulta
increíble que un pontífice plantee una inexistente oposición entre la
autopreservación de la Iglesia Santa Católica y Romana y la misión de ésta en
el mundo.
Segundo. En vez de sumarse usted, y a la Iglesia, a la obediencia
de la palabra de Dios, ha usted menospreciado en repetidas ocasiones las
tradiciones apostólicas y eclesiásticas, así como a los fieles que las
defienden. Aquí Evangelii Gadium resume su ideario: «Más que el miedo a perder
el camino, tengo esperanza de que encontremos motivación en el miedo a quedar
atrapados dentro de estructuras que nos aportan un sentido falso de seguridad,
dentro de normas que nos vuelven jueces austeros, dentro de costumbres en las
que nos sentimos seguros mientras que a nuestra misma puerta hay personas
muriéndose de hambre y Jesús no se cansa de decirnos: “Dadles algo de comer”
(Mc 6, 37)».
El
catolicismo se tambalea ante el espectáculo de un pontífice romano denigrando
la constitución, doctrina y costumbres de la Iglesia refiriéndose a ellas como
«estructuras», «normas» y «costumbres» que roban al pueblo de su sustento
espiritual dejándolo morir de hambre a sus puertas. Se atreve usted a referirse
de esta manera a la Iglesia que construyó y transformó civilizaciones enteras,
educó un sin número de santos, que creó órdenes religiosas, vocaciones
sacerdotales y religiosas, institutos de caridad para la salvación de almas e
incomparables obras de beneficencia.
Así
mismo, ha insultado usted con tanta frecuencia a los fieles que defienden las
tradiciones de la Iglesia que un observador ha recopilado un «Pequeño libro de
insultos» que recoge muchos ejemplos de abusos sin precedente por parte de un
Papa a sus súbditos. Entre los epítetos lanzados a los católicos devotos con
una ligereza imprudente se encuentran
«fundamentalistas», «fariseos», «pelagianos»,
«triunfalistas», «agnósticos», «nostálgicos», «cristianos
superficiales», «banda de los escogidos», «pavorreales», «moralistas de
nimiedades», «uniformistas», «orgullosos y autosuficientes», «aristócratas del
intelectualismo», «murciélagos cristianos que prefieren la obscuridad a la luz
de la presencia del Señor», etc.
Sin
embargo, ni una sola palabra dura le ha usted dirigido a los enemigos
declarados de la doctrina de la fe, o a los degenerados sexuales que infestan
la jerarquía católica. Por el contrario, declara usted «¿Quién soy yo para
juzgar?» con respecto a «personas gay» entre el sacerdocio. En particular el reconocido clérigo homosexual
que permite usted que encabece vuestro hogar, y que guarda un parecido
repugnante a vuestra persona. Usted ha
permitido audiencias ampliamente difundidas de depravados sexuales, incluyendo
transexuales y homosexuales, organizando estos encuentros personalmente por
teléfono. Usted ha rehabilitado y hasta recompensado con cargos prestigiosos a
teólogos de la liberación, que habían sido silenciados y suspendidos por sus
dos predecesores anteriores, a promotores de la homosexualidad y a prelados que encubrieron los delitos
sexuales de sacerdotes homosexuales.
Evangelii
Gaudium resume perfectamente el desprecio —sin precedente en los anales del
papado— que usted guarda para con los defensores de la doctrina y la probidad
litúrgica. Se burla usted de «una ostentosa preocupación por la liturgia, por
la doctrina y por el prestigio de la Iglesia»,
y temerariamente acusa a los católicos que sostienen una postura tradicional
de «carecer de interés de que los evangelios tengan un impacto entre los que son fieles a Dios y por las necesidades
concretas de nuestros días»; cruelmente e injustificadamente caricaturizándolos
como personas que reducirían a la Iglesia a «una pieza de museo o a un objeto
propiedad de unos cuantos».
Un
momento que indica el estado de ánimo despectivo de Su Santidad con respecto a
este tema es la humillación al acólito, que ya ha sido dada a conocer a todo el
mundo y conmemorada en Internet.
Mientras
el joven se encontraba postrado, con sus manos unidas en oración, a la entrada
de los grutas del Vaticano, los cuales usted visitaba en ese momento, le separó
usted las manos mofándose de él con las palabras « ¿Acaso tenéis las manos
atadas? ¡Ya, parecen estar atoradas!». Para mérito suyo, el joven volvió a unir
sus manos inmediatamente, resumiendo el comportamiento adecuado a la dignidad
de la ocasión y en obediencia a una formación espiritual cuidadosa. Nos
preguntamos, sin embargo, qué efecto tendrá esta humillación pública, ya
permanentemente accesible a todo el orbe, sobre la vida espiritual en una mente
susceptible como ésta.
Quizá
el más injurioso de los insultos de Su Santidad a los fieles aparece en
Evangelii Gaudium, donde denuncia usted a los tradicionalistas católicos por un
supuesto «ensimismamiento prometeico neo pelagiano». Asumiendo usted conocer su
criterio interno declara que estos católicos «se sienten superiores a su
prójimo porque siguen ciertas normas y se mantienen fieles a un estilo católico
particular del pasado»; como si nuestra religión fuera asunto de estilos que
pasan de moda como la ropa. Llega usted al extremo de burlarse de «una supuesta
solidez de doctrina y disciplina» calificándola como «narcisista, un elitismo
autoritario, que en vez de evangelizar se dedica a analizar y a clasificar a
los demás…»
Por el
bien de la verdad y la justicia, Santo Padre, debemos decirle a usted que
parece ser que usted mismo ha dedicado bastante tiempo a analizar, clasificar
y, ciertamente, a juzgar a los demás, para mayor consternación y vergüenza de
sus súbditos, que jamás han presenciado tal comportamiento de un pontífice
romano. Y este comportamiento no parece llegar a término alguno. Recientemente
durante una conferencia para la formación sacerdotal, aseveró usted —con gran
deleite de los presentes— que tenía usted «miedo de los sacerdotes inflexibles…
no me acerco a ellos. ¡Creo que muerden!» ¿Qué propósito tiene esa retórica
burlona si no es humillar y marginalizar a aquellos sacerdotes que aún tienen
el valor de defender las enseñanzas impopulares de la Iglesia, sin compromiso,
ante un mundo en guerra con Dios y Su ley? ¡No es del todo sorprendente que los
medios aclamen vuestro pontificado!
Hay aún
más que las palabras, Santo Padre, ya
que ha dirigido usted la persecución abierta de órdenes religiosas dedicadas a
restaurar la ortodoxia, la piedad sobria, la vida interior y la tradición
litúrgica en medio de lo que su predecesor describió como las «calamidades» y
el «sufrimiento» que ha soportado la Iglesia en nombre del Vaticano II,
incluyendo «seminarios cerrados, conventos cerrados, la banalización de la
liturgia…». Bajo vuestras órdenes
específicas los florecientes Frailes Franciscanos de la Inmaculada han sido
destruidos por motivo de lo que vuestro comisionado apostólico (quien más tarde
murió de una apoplejía) calificó como «definitivamente un giro
tradicionalista». Así mismo, las Hermanas de la Inmaculada, afiliadas a aquella
orden, han sido colocadas bajo un comisionado apostólico debido a supuestas
«desviaciones» que consisten en una formación «preconciliar»; en otras
palabras, una liturgia tradicional, una vida conventual tradicional, como si
estas cosas sagradas fuesen una enfermedad que debe ser erradicada de la Iglesia.
Estas son acciones propias de un dictador motivado por una ideología, no de un
paternal guardián del patrimonio sagrado de la Iglesia.
Y sin
embargo, después de un año de investigaciones el proceso disciplinario,
iniciado por el papa Benedicto, del Directorio de Religiosas (LCWR por sus
siglas en inglés) bajo vuestra supervisión, ha sido encubierto y dispensado a
pesar de su apoyo al aborto la eutanasia y el «matrimonio homosexual» y su notoria promoción por lo que el cardenal
Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha descrito como
«errores fundamentales acerca de la omnipotencia divina, la Encarnación de
Jesucristo, la realidad del pecado original, la necesidad de la salvación y la
naturaleza definitiva de la acción salvífica de Cristo en el Misterio Pascual».
Tercero.
Al persistir con su menosprecio programático de la doctrina y la disciplina
tradicional de la Iglesia y de los que la defienden, usted presidió y controló
un “Sínodo sobre la Familia”, que pasó a ser un esfuerzo sostenido para diluir
o adaptar la enseñanza infalible de la Iglesia sobre el matrimonio, la
procreación y la sexualidad, con el fin de acomodar el espíritu rebelde de la
época y la inmoralidad que se ha fomentado en toda nuestra civilización
post-cristiana.
En el
nombre de la “misericordia” –los prelados progresistas que dominan su círculo
de asesores, incluyendo el infame cardenal Kasper, cuyos puntos de vista se han
promovido desde el inicio de su pontificado– ahora se proclama una falsa
disyuntiva entre la doctrina y la intrínsecamente relacionada práctica
pastoral, como si la Iglesia pudiera prohibir la conducta inmoral como
principio, mientras que da acogida a la práctica de la misma. Como un cardenal
prominente lo ha manifestado, esta “es una forma de herejía, una patología
esquizofrénica peligrosa“. Sin embargo, se ha convertido en un tema de su
pontificado, ya que se invoca a la “misericordia” sin cesar contra las leyes
morales de la Iglesia, que se degradan como “reglas de mentes pequeñas“,
“barreras“, “puertas cerradas“, y “casuística“.
Los
progresistas que usted personalmente designó para la secretaría del Sínodo y la
comisión de redacción, además de los 45 progresistas agregados a los miembros
votantes, incluido el cardenal Kasper, se juntaron para atacar la
indisolubilidad del matrimonio mediante la promoción de la admisión “caso por
caso” de los divorciados y “vueltos a casar” a la santa comunión. Esto
significaría el derrocamiento de la disciplina sacramental milenaria de la
Iglesia, enraizada en las palabras de Nuestro Señor: “Todo el que repudia a su
mujer, y se casa con otra, comete adulterio… (Lc. 16, 18.)”. Esta disciplina la
reafirmaron Benedicto XVI y Juan Pablo II frente a los desafíos por disidentes
Católicos de la enseñanza, siendo el Cardenal Kasper uno de los más importantes
entre ellos. Es evidente que usted desea abandonar la disciplina, como lo hizo
cuando era arzobispo de Buenos Aires y cuando ya fue Papa, cuando se permitió
llamar personalmente por teléfono, a una mujer en Argentina, casada por lo
civil con un hombre divorciado, para decirle que podía recibir la sagrada
comunión a pesar de que su “rígido” párroco había dicho lo contrario.
En la
primera sesión del sínodo en 2014, en la que usted personalmente aprobó y
ordenó publicar al mundo, un “informe intermedio“, antes de que los padres
sinodales lo hubieran revisado y que nunca fue aprobado por ellos, y de hecho,
era una invención al parecer escrita antes del sínodo que no representaba ni
remotamente su consenso real. Este documento vergonzoso abogaba por un
tratamiento tipo “caso por caso” para abandonar la disciplina de la Iglesia,
respecto a los divorciados “vueltos a casar” y el “valorar” la “orientación”
homosexual. Un prelado valiente calificó este hecho como “un punto negro que ha
manchado el honor de la Sede Apostólica“. Sin embargo, después de que la
mayoría en el sínodo rechazó con fundamento estos puntos, usted denunció a “los
llamados… tradicionalistas” por “querer cerrarse dentro de la palabra escrita…
y no dejarse sorprender por Dios, por las sorpresas de Dios…“. Y entonces usted
pidió que el mismo documento se distribuyera a los obispos del mundo, junto con
tres párrafos del informe final que no recibieron la mayoría necesaria, pero
que usted pidió fueran incluidos de todos modos, después de haber “quebrantado
el libro de reglas” de un sínodo que fue “amañado” para lograr un resultado
arreglado de antemano, pero que por la gracia de Dios no se logró.
En la
segunda sesión del sínodo en 2015, usted solicitó que todas las deliberaciones
se basarán en un Instrumentum laboris tan heterodoxo, que una coalición
internacional de clérigos y laicos advirtió que se “pone en peligro toda la
estructura de la enseñanza católica sobre el matrimonio, la familia y la
sexualidad humana…“. Cuando ese documento fue igualmente rechazado por la
mayoría en el sínodo y sustituido en el último minuto por un documento
compromiso (que crea aberturas para el derrocamiento de la disciplina
sacramental de la Iglesia), usted denunció los “corazones cerrados, que con
frecuencia se ocultan incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o de las
buenas intenciones, con el fin de sentarse en la silla de Moisés y del juez…
casos difíciles“. Es decir, usted condenó a los padres sinodales que habían
defendido la disciplina sacramental constante de la Iglesia.
En su
evidente determinación para dar cabida a los divorciados “casados nuevamente”
por lo civil, a quienes inexplicablemente usted caracterizó como “los pobres“,
justo antes del sínodo 2015, usted inventó en secreto, sin consultar a
cualquier dicasterio competente del Vaticano, una repentina y drástica
“racionalización” del proceso de anulación. Un canonista de renombre mundial,
que reflexionó y comentó sobre la alarma generalizada por esta “reforma”
imprevista, la describió como “proporcionar un camino que se parece a la
versión católica de divorcio sin culpa“. Usted mismo libremente reconoció que
“no se me ha escapado, el hecho de que un juicio abreviado podría poner en
riesgo el principio de la indisolubilidad del matrimonio… “.
Cuarto.
Al mantener su asombrosa sugerencia, rápidamente aclamada por los medios de
comunicación, de que la Iglesia ha estado “obsesionada” con “el aborto, el
matrimonio gay y el uso de métodos anticonceptivos“, por su propio
reconocimiento, usted “no había hablado mucho sobre estas cosas, y fue
reprendido por ello“. Sin embargo, estas faltas graves amenazan la
supervivencia misma de nuestra civilización en medio de lo que Juan Pablo II
llamó una “cultura de la muerte” y “apostasía silenciosa”. Mientras tanto,
Vuestra Santidad tuvo una opinión muy vocal sobre muchos temas políticos, a la
vez que permanecía en completo silencio mientras que la que una vez fue Irlanda
católica, legalizó el “matrimonio gay” por referéndum popular y la Corte
Suprema de los Estados Unidos impuso esta abominación en los cincuenta estados.
Por
otra parte, mientras el mundo occidental se hunde en el abismo de la
depravación y los musulmanes fanáticos están masacrando a los cristianos de
todo el Medio Oriente, África y en el corazón de Europa, usted está preocupado
por “el cambio climático”. Su encíclica, con la extensión de un libro, sobre
una supuesta “crisis ecológica”, Laudato si, la única encíclica que ha
producido, postula la existencia de una “crisis ecológica” y adopta
acríticamente los reclamos ideológicamente motivados, fuertemente impugnados
por la “ciencia del cambio climático”, sobre los que un Papa no tiene
absolutamente ninguna competencia para evaluar, y mucho menos presentar a los
fieles como hechos indiscutibles.
La
misma encíclica lamenta el “calentamiento global”, el uso excesivo de aire
acondicionado, la pérdida de manglares, la supuesta amenaza para el plancton y
los gusanos, la extinción de diversas plantas y animales, que se denuncia como
una ofensa a Dios, antes de mencionar el aborto (mientras que falla
completamente en no mencionar la práctica sumamente anti-natural de la
anticoncepción). En cuanto al aborto, la encíclica habla sólo de un fracaso
“para proteger un embrión humano”, cuando en realidad el aborto es el asesinato
en masa y brutal de seres humanos inocentes, desgarrándolos miembro a miembro
en el útero o apuñalándolos con unas tijeras quirúrgicas en el mismo momento
del nacimiento.
No es
de sorprender que los poderes del mundo hayan aclamado universalmente a Laudato
si, como parte de “la revolución de Francisco“, y que los medios de
comunicación, incluida la prensa progresiva “católica”, hayan estado alabando
la misma a lo largo de su pontificado.
Quinto.
Vuestra Santidad ha desestimado constantemente todas las diferencias
doctrinales con los protestantes, considerándolas insignificantes, y ha
declarado en repetidas ocasiones, muy falsamente, que «todos los bautizados son
miembros del mismo Cuerpo de Cristo, su Iglesia». En esto también desestima la
enseñanza de Juan Pablo II, Benedicto XVI y todos los papas que los
precedieron, incluido Pío XI, que enseñó todo lo contrario en relación con la
situación de los protestantes: «Dado que el Cuerpo Místico de Cristo, esto es,
su Iglesia, a semejanza de su cuerpo físico, es uno, compacto y unido, sería
necedad y absurdo el decir que puede estar compuesto por miembros desunidos y
separados: quienquiera, pues, que no esté unido a él no es miembro suyo, ni
está unido a la cabeza, que es Cristo».
En este
sentido, Vuestra Santidad parece indiferente a la creciente inmoralidad y
herejía de las mismas sectas protestantes que participan en interminable y
absurdo «diálogo ecuménico» con el Vaticano. Después de cincuenta años de
«diálogo», esas sectas toleran el divorcio, la anticoncepción, el aborto, la
homosexualidad y el «matrimonio gay», pretenden ordenar «sacerdotes» y
«obispos» a mujeres y homosexuales practicantes, y continúan rechazando
firmemente dogmas fundamentales de la única religión verdadera revelada por
Cristo para la salvación del mundo.
¿Y qué
hay de lo de que la verdad que nos hace libres? (Juan 8, 32) ¿Qué sucede con el
testimonio de innumerables santos y mártires que gastaron su fortuna y
ofrendaron su vida para defender y transmitir la fe católica ante los numerosos
errores y la destrucción social generados por la revuelta protestante, cuyas
últimas consecuencias se están jugando ante los propios ojos de Vuestra
Santidad?
Sexto.
Parece que sus declaraciones públicas de estos últimos días se han vuelto cada
vez más descuidadas y desordenadas, causando aún más escándalo y aprensión
entre los fieles:
El 15
de noviembre, durante su participación en un servicio de oración dominical
luterana, Vuestra Santidad afirmó que las enseñanzas de los católicos y los
luteranos acerca de Cristo son «las mismas», ya que se trata simplemente de una
cuestión de «lenguaje católico» o «lenguaje luterano». Calificó el dogma definido
y la realidad ontológica de la transubstanciación como meras «explicaciones e
interpretaciones», declarando que «la vida es más que explicaciones e
interpretaciones». Como si «la vida» fuera «más» que la presencia real de Dios
encarnado en la Sagrada Eucaristía, que los protestantes niegan.
En la
misma ocasión, sugirió que si los protestantes pueden recibir la Sagrada
Comunión es algo que les corresponde determinar a los teólogos, cuando la
Iglesia ya ha determinado infaliblemente que es imposible sin la conversión y
la profesión de la misma fe de los católicos. Afirmando que el asunto estaba
más allá de su competencia -pero es precisamente competencia del Papa sostener
la doctrina de la Iglesia en este sentido-,
dio a entender que un luterano casado con una católica podría recibir la
Sagrada Comunión después de «hablar con el Señor», pero que «no se atreve a
decir más». Pero ya había dicho demasiado al remitir públicamente un asunto de
grave importancia para la salvación a la conciencia privada, propensa a errores
personales: «El que come y bebe no haciendo distinción del cuerpo del Señor,
come y bebe su propia condenación» (1 Cor. 11,29).
El 21
de noviembre declaró en una conferencia mundial de educadores católicos: «Nunca
hagan proselitismo en las escuelas. Educar cristianamente es sacar adelante a
los jóvenes con unos valores humanos en toda su realidad, y uno de ellos es la
trascendencia». Por el contrario, la educación católica consiste sobre todo en
inculcar los valores divinos: el Evangelio y lo que se exige a los católicos,
de hecho a todo el mundo, no valores meramente humanos o una «trascendencia»
vaga desprovista de su propio fin, que es el Dios que se ha revelado en la
persona de Jesucristo, el Verbo Encarnado.
Durante
su viaje a África del 25 al 30 de noviembre, opinó que el mundo está «al borde
del suicidio» por el «cambio climático». Como ha hecho a lo largo de su
pontificado, no abordó el verdadero peligro de suicidio para la civilización de
nuestro tiempo, destacado por su gran predecesor el venerable Pío XII: que casi
todo el género humano está dejándose arrastrar a dos campos opuestos, o por
Cristo o contra Cristo. La especie humana está inmersa hoy en una crisis
suprema que resultará en su salvación por Cristo o en su terrible destrucción.
A fuerza de dirigir la atención de la Iglesia a una mundana «crisis ecológica»,
consigue que los fieles pierdan de vista la crisis cristológica que pone en
peligro en nuestro tiempo la felicidad eterna de innumerables almas.
Durante
la conferencia de prensa en el vuelo de regreso a Roma desde África, denunció
una vez más a los católicos «fundamentalistas», burlándose de las convicciones
religiosas absolutas de los miembros ortodoxos de su rebaño, basadas en la
palabra revelada de Dios y la enseñanza infalible del Magisterio en la fe y la
moral:
El
fundamentalismo es una enfermedad que se encuentra en todas las religiones…
Entre nosotros los católicos tenemos algunos… no algunos, muchos, ¿eh? –que se
creen que poseen la verdad absoluta y van por ahí ensuciando a otros con
calumnias, con difamaciones, y hacen mal… El fundamentalismo religioso no es
religioso, porque no tiene a Dios, y es idólatra, como la idolatría del dinero.
Después
de acusar a «muchos» miembros de su propio rebaño de ser idólatras que
prescinden de Dios, propuso más tarde una equivalencia moral entre los
cristianos y los musulmanes fanáticos que masacran, torturan, violan,
esclavizan y obligan a exiliarse a cristianos por todo el mundo: «No se puede
acabar con una religión solo porque haya algunos o varios grupos de fundamentalistas
en un momento dado de la historia… Piense en cuántas guerras hemos librado los
cristianos. No fueron los musulmanes los culpables del Saco de Roma».
Una vez
más Vuestra Santidad avergüenza a la Iglesia -y a usted mismo- con un
comentario malconsiderado, bastante inadecuado para el Romano Pontífice. El
histórico registro requiere rectificación de su absurdo.
Antes
que nada, los musulmanes sí saquearon Roma en el 846, saqueando el viejo San
Pedro y provocando que el Papa León IV construyera las “murallas leoninas”
“para defender la sede de Pedro de una yihad islámica”.
En
segundo lugar, si se estaba refiriendo al saqueo de Roma en 1527, a manos del
ejército de Carlos V, no tuvo nada que ver con “fundamentalismo” religioso,
sino que más bien implicó básicamente represalia política contra Clemente VII,
un Papa débil y vacilante, que desafortunadamente había forjado una alianza con
el rey de Francia (Francisco I), con quien Carlos estaba en guerra. En efecto,
el ejército del emperador incluía mercenarios alemanes, la mayor parte de los
cuales eran luteranos, y fueron ellos los principales responsables de la
devastación de la santa Sede, y la violencia contra sus habitantes católicos.
En
tercer lugar, durante el mismo periodo, por supuesto, los saqueadores musulmanes
-que de hecho eran violentos “fundamentalistas”- estaban expandiendo el imperio
otomano, a base de la conquista de tierras cristianas, hasta la rotunda y
milagrosa derrota de la flota musulmana en la batalla de Lepanto en 1571, que
evitó una conquista musulmana de toda Europa y, probablemente, otro saqueo
musulmán de Roma.
Provocando
incluso más escándalo, en respuesta a una pregunta sobre si la Iglesia debería
“cambiar su postura” sobre la inmoralidad de la contracepción, para permitir el
uso de condones como un método de limitar nuevas infecciones de VIH, usted se
refirió a esta nefasta práctica como “uno de los métodos”, pareciendo
legitimarlo de este modo, mientras sugería que presenta un dilema moral para la
Iglesia, incluso equiparándolo a la curación de nuestro Señor en el sábado:
La
pregunta me parece demasiado pequeña. Me parece también una pregunta parcial.
Sí, es uno de los métodos. La moral de la Iglesia se encuentra, pienso, en este
punto, frente a una perplejidad. O el quinto o el sexto mandamiento: la vida
(con condones) o que la relación sexual esté abierta a la vida. Pero este no es
el problema. El problema es más grande.
Esta
pregunta me hace pensar en la que le hicieron a Jesús una vez: “Dime, maestro,
¿es lícito curar el sábado?” Es obligatorio curar. Esta pregunta si es lícito
curar. La malnutrición, el trabajo esclavo, la explotación, la falta de agua
potable… Esos son los problemas.
No
hablemos de si se puede usar esta tirita o no para esa herida. El gran problema
la injusticia social, la injusticia del
medio ambiente…
Así que
parece que usted aceptó que hay lugar para considerar este “método”, aunque
usted lo ve como un asunto más bien trivial (una tirita), incluso si facilita
la fornicación y una cultura de total depravación sexual. ¡Usted entonces ha
subordinado la ley moral a la preocupación por la justicia social y ambiental!
Y así, una vez más, la Iglesia se encuentra herida por el escándalo y la
confusión, a causa de su costumbre de comentarios a la prensa descuidados y
fruto de la casualidad, sobre temas morales de peso y cuestiones teológicas,
acerca de las cuales un Papa debería hablar o escribir con la máxima prudencia
y reflexión, invocando la asistencia divina.
Finalmente,
justo ha aparecido en la web del Vaticano una entrevista de su Santidad al
semanal Credere, en la que alude favorablemente (una vez más) a la falsa noción
de “misericordia” del cardenal Kasper, y revela que usted pretende dirigir una
“revolución de la ternura” -una alusión al título del libro del cardenal Kasper
que lo elogia a usted: El Papa Francisco. Revolución de la ternura y el amor-.
Usted declara que esta “revolución de la ternura” tendrá lugar durante su
Jubileo de la Misericordia, que implicará “tantos gestos”, incluyendo “un gesto
diferente” el “viernes de cada mes”.
El
motivo señalado para la “revolución de la ternura” es que, según usted, “la
Iglesia misma a veces sigue una línea dura, cae en la tentación de seguir una
línea dura, en la tentación de poner énfasis sólo las reglas morales, mucha
gente es excluida”. Afirmando la sugerencia de su entrevistador que la Iglesia
debe “descubrir” a “un Dios que Es conmovido y Quien tiene compasión para el
hombre”, usted responde: “El descubrirlo nos llevará a tener una actitud más
tolerante, más paciente, más llena de ternura”—como si a la Iglesia le faltara paciencia y
compasión por los pecadores antes de su elección.
¿Qué
son estas afirmaciones asombrosas sino una amenaza totalmente sin precedentes,
hecha por un Romano Pontífice de poner de lado las “reglas morales”—esto es, la
enseñanza constante del infalible Magisterium—en el nombre de una falsa
misericordia, evidentemente refiriéndose a los divorciados, a los “vueltos a
casar” y a otros quienes usted estima “excluidos” de alguna manera? ¿Cómo
debemos tomar a un papa que dice que la Iglesia que Cristo fundó para enseñar
infaliblemente sobre la fe y la moral ha “caído” en la tentación de tomar una
línea dura sobre la moral? ¿Qué, además de horror, deberían experimentar los
fieles cuando un papa dice tales cosas que nunca han sido escuchadas desde la
Sede de Pedro en 2,000 años?
Los
católicos saben que una verdadera revolución de ternura ocurre en cada alma que
pasa por el Bautismo o que, correspondiendo a la gracia del arrepentimiento,
entra al confesionario con el firme propósito de hacer enmienda y con un
corazón contrito, se libra del peso del pecado, recibe la absolución por un
sacerdote ejerciendo in persona Christi, y emerge “blanca como la nieve”,
citando a su propio antecesor, hablando del Sacramento de la Confesión. La
Iglesia Católica siempre ha sido una fuente inagotable de divina misericordia
por medio de sus Sacramentos. ¿Qué es lo que su propuesta “revolución” le puede
agregar a lo que Cristo ya ha provisto en Su Iglesia? ¿Puede usted declarar la
amnistía al pecado mortal? ¿Puede usted perdonar lo que no es perdonable sin el
arrepentimiento y la contrición? ¿Puede usted sobrepasar la misericordia del
Mismo Dios?
A
diario crece la percepción de que aunque usted es el Vicario de Cristo, usted
simplemente no tiene el interés de defender la fe y la moral, las cuales están
siendo atacadas como nunca antes, ni tiene intención alguna de llamar a las
ovejas extraviadas al redil establecido por Nuestro Señor para su salvación.
Por el contrario, parece que usted ha dedicado su papado a un verdadero
programa de laxitud doctrinal y disciplinario, cuyo tema es el de denunciar a
los católicos ortodoxos regularmente, combinado con las acusaciones de que a la
Iglesia le falta misericordia. Al mismo tiempo, usted persigue asuntos sociales
y políticos, ámbitos en los cuales un
papa no tiene injerencia ni autoridad alguna, tales como “el cambio climático”,
el medio ambiente, y restaurar relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados
Unidos.
Después
de ser vilipendiado por una tormenta de controversias, una tras otra,
ocasionada por vuestras palabras y acciones sin precedente, los fieles se
sienten cada vez más como si “el barco de la Iglesia hubiera perdido su
brújula.”
En
suma, Santo Padre, durante los últimos dos años y medio usted ha ganado la
alabanza unánime del mundo mientras que ha sumergido al bien común eclesiástico
en un estado de confusión y de división. Ha ridiculizado, regañado y condenado
a los ortodoxos, mostrado tolerancia sin límites a los heterodoxos y a los
desviados sexualmente, y ha buscado subvertir a la disciplina sacramental
defendida por el mismo Papa a quien usted declaró como un santo. Acompañado a
todas partes por la adulación de los medios y del rugir de las multitudes,
usted parece no hacerle caso a la amonestación de Nuestro Señor: “Miseria a
ustedes cuando los hombres los bendigan: porque esto mismo hicieron sus padres
a los falsos profetas.”
La
situación ha alcanzado el punto en donde un oficial superior en jefe del
Vaticano, haciendo reflexiones sobre las preocupaciones de los católicos de
todos los rangos, se ha visto
obligado a advertirle a un bien conocido
periodista católico que “este pontificado supone serios riesgos para la
integridad de la enseñanza Católica en cuestión de fe y de la moral”.
De
acuerdo con el prelado, estamos obligados ante Dios a declarar públicamente, en
conciencia, que su pontificado sólo puede ser visto como un claro y presente
peligro para la Iglesia, un peligro que parece aumentar con cada día que pasa.
Verdaderamente los efectos dañinos de su pontificado están en evidencia por
doquier, con los Católicos alrededor del mundo tratando a las enseñanzas de la
Iglesia sobre la fe y la moral cada vez con más y más desdén, tomando como su
punto de referencia vuestras propias palabras y acciones —jubilosamente
proclamadas al mundo por los medios de comunicación— en vez de la enseñanza
infalible del Magisterum sobre la fe y la moral durante los últimos 2000 años.
Ahora,
en tanto que usted condena la “línea dura” de la Iglesia sobre “las reglas
morales” y proclama una “revolución de ternura”, nos vemos encarados ante la
inminente amenaza de inauditos “gestos” de “misericordia” que podrían socavar
la estructura moral de la Iglesia con un gran daño para las almas, cuya
salvación está en riesgo. Entre estos gestos al parecer podría estar una
exhortación apostólica post-sinodal autorizando la admisión a la Santa Comunión
de los públicamente adúlteros, de acuerdo con el juicio individual de los
obispos o conferencias episcopales. Esto significaría nada más y nada menos que
el sacrilegio masivo, la práctica destrucción de la unidad de la Iglesia, la
abolición de facto de la doctrina sobre el pecado mortal y los requerimientos
del estado de gracia para una vida sacramental, el colapso de las enseñanzas
morales de la Iglesia, y en última instancia, la rendición de su reclamo a un
Magisterium infalible. Se tiene la sensación de un giro casi apocalíptico de
los acontecimientos en la historia de la Iglesia.
No nos
atrevemos a juzgar sus motivos ni sus intenciones subjetivas con respecto a lo
que usted ha dicho y hecho en detrimento a la Iglesia en el transcurso de un
papado turbulento, sin parecido a ninguno que la Iglesia haya tenido jamás.
Pero no nos podemos quedar silenciosos ante el daño objetivo que la Iglesia ya
ha sufrido, ante la alabanza sin fin del “papa de la gente”, o a un futuro daño
que ahora parece inminente.
Para
recordarnos una vez más de las palabras de su predecesor, un papa debe ejercer
su poder para “atarse a sí mismo y a la Iglesia a la obediencia a la Palabra de
Dios, ante cualquier intento de adaptarla o diluirla, así como a cualquier tipo
de oportunismo“. Cuando un papa no puede o no quiere seguir este fin, cuando de
hecho él parece determinado a actuar en contra de ella, ¿no estaría mejor
servida la Iglesia si él dejara el puesto, tan augusto, de Vicario de Cristo?
Mejor esto que arriesgar un fatal compromiso de la doctrina y disciplina de la
Iglesia, subvertiendo 2,000 años de tradición apostólica y eclesiástica e
incurriendo, para citar la famosa fórmula del Papa San Pío V, “ la ira de Dios
Todo Poderoso y del de los Benditos Apóstoles Pedro y Pablo.”
8 de Diciembre de
2015
Fiesta de la
Inmaculada Concepción
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