¿COMUNION EN LA
MANO?: ¡No! ¡Es Sacrilegio!
Tomado del libro
escrito por: Pbro. Dr. Luigi Villa
Introducción:
La Instrucción “Memoriale Domini” del 29 de Mayo de
1969, en la cual Pablo VI autorizaba al Episcopado Italiano a conceder el permiso
de dar la “Comunión en la Mano”, nos ha desconcertado profundamente porque lo
hemos visto como un nuevo golpe de hacha sobre el tronco de la Tradición
Apostólica, y un nuevo proceso de auto-demolición de la Tradición en la Iglesia
Católica.
Sí, porque dar
la “Comunión en la mano” no es sólo un problema litúrgico, sino también, y
principalmente, un problema teológico, porque justamente en la Eucaristía se concentra todo el dogma de nuestra
religión católica.
Luego, quien “profana” la Eucaristía comete
“sacrilegio”, hiere el sacerdocio de Cristo, rechaza, implícitamente, su Pasión
expiatoria y redentora, ¡demuele y destruye la Iglesia y el mismo Cristianismo!
La Iglesia había abolido, casi de inmediato, la
usanza de dar la “Comunión en la mano”, que podía justificarse en los primeros
tiempos de su historia a causa de las persecuciones cruentas, pero ya no podía
ser aprobada después de las numerosas profanaciones que se produjeron también en
esos primeros tiempos de la Iglesia!
Hoy, desafortunadamente, no obstante la crisis
gravísima que está atravesando la Iglesia, la Jerarquía se ha avenido a
conceder nuevamente ese rito que, desde hace más de un siglo, querían el humanismo materialista y ateo, el protestantismo liberal y masónico, la “nueva teología”
alemán-holandesa, ¡rebelde al Magisterio
solemne de la Iglesia de siempre!
Así, a partir del Vaticano II, se nos entrega de pie,
sin más genuflexión de adoración y, además, se ha llegado a conceder también la “Comunión en la mano”,
haciendo perder así ¡ese poco de respeto que aún permanecía hacia las cosas
santas!
No obstante, ¡es una norma injusta y sacrílega, como
lo demostraremos!¡ Y no podemos resignarnos a este triste estado de cosas y
limitarnos a sufrirlo! Por esto, invitamos a todos, Jerarquía y clero, ¡a
volver a poner en su sitio el respeto, la adoración y el amor a Jesús Eucaristía!
Esperamos, pues que el Magisterio –que
aquí ¡ha errado gravísimamente!- tenga el coraje de prohibirla de nuevo con claridad,
como había ya hecho en el pasado, ¡luego de tantas tristísimas experiencias!
...... pero ¿es propiamente
un retorno a los orígenes?
Comenzamos dando cuenta de lo que escribió el grande
y santo Pontífice Pío XII en su encíclica “Mediator Dei”,
justamente a aquéllos que querían restaurar ceremonias y ritos antiguos.
Escribió:
“Un antiguo uso no es, por el sólo motivo de su
antigüedad, el mejor, ya sea en sí mismo, ya sea en relación a los tiempos
posteriores”.
Luego, el retorno a los orígenes (de la Iglesia) no
es un progreso, sino un anacrónico regreso ¡y algo esencialmente anti-histórico!
(¡cómo no sería un progreso el querer volver al uso de las candelas, las antorchas,
las lámparas de aceite, hoy que tenemos la luz eléctrica!) Dígase lo mismo para
el retorno al uso de la “Comunión en la mano”:
¡No es un progreso,
sino un retroceso!
Muchos sacerdotes, actualmente, van repitiendo que,
en los primeros diez siglos de la Iglesia, la regla, o el uso general, era el
de “dar la comunión” a los fieles de pie, dándoles el Pan consagrado en la
mano, sin ninguna previa adoración ni genuflexión; ¡por el contrario! Los
fieles tomaban ellos mismos de las manos del sacerdote (o del diácono, o del
laico) para servirse luego a sí mismos, y preferentemente en su propia casa, en
torno a una mesa. Pero la “verdad histórica” ¡es muy diversa! Veámosla, en
detalle, a partir de los datos objetivos de aquellos primeros tiempos
cristianos:
1. Es históricamente
falso que a la Santa Misa se la celebrara “de preferencia, en el domicilio, en
torno a una mesa”. En aquellos tiempos, la falta de lugares de culto y de
material litúrgico era sólo debido a las “persecuciones”, mucho antes aún de
las “catacumbas”. De tal modo que, terminadas las persecuciones, he ahí el
nacimiento de las “casas de Dios”, los locales reservados a las celebraciones
eucarísticas.
2. La “mesa” no fue jamás ni la regla, ni el uso
general de la antigüedad católica, sino que fue sólo ¡la excepción en casos de
emergencia! Entonces, “sería salir de
la recta senda el volver a dar al altar una forma primitiva de mesa” [Cfr. Pío XII en “Mediator Dei”, sobre la Liturgia; cfr. Acta
Apostolicae Sedis”, XXXIX, 1947, pp. 545-546.]
Ya San Pablo reprendía a los fieles de Corinto por
haber tergiversado la naturaleza y la finalidad de los “ágapes”, los cuales
eran sólo “comidas” de fraternidad cristiana, tanto que pudo escribir:
“¿No tenéis, pues,
vuestras casas, para comer y beber? O despreciáis, tal vez, la Iglesia de
Dios?...”
El Apóstol, entonces, discernía entre el alimento
ordinario (ágape) y la Eucaristía; y como muchos fieles se mostraron irreverentes
hacia el Señor- por lo cual fueron heridos con enfermedades y, aún, con la
muerte – San Pablo los reprendía: “Si alguno tiene
hambre, coma en su casa, para que no os congreguéis para vuestra condena!” [I
Cor. XI, 34]. Pero como estos abusos, reprobados ya por San Pablo, se
repetían aún, tanto en Oriente como en Occidente, el Concilio de Laodicea (380)
intervino con vigor justamente contra los “ágapes” en la “Casa de Dios” (can
28); como también lo hará el Tercer Concilio de Cartagena que ¡prohibió esos “convivium”! (can 30).
También el
Derecho cristiano decretó que los “ágapes” debían hacerse en lugares distintos
de aquellos en los que se desarrollaban los santos misterios del altar [Cfr.
“Lexicon für Theologie und Kirche”, Freiburg, 1957, Vol. I, col. 178-181].
Y fue por
esto que, San Pío X, luego, en su Decreto “Lamentabili sane exitu” del 3 de
julio de 1907 condenó la “proposición 49” que decía: “La cena cristiana,
asumiendo poco a poco la índole de una acción litúrgica, aquéllos que solían
presidir en la cena adquirieron el carácter sacerdotal”.
Es, entonces, ¡una falsedad! En el mismo plano
histórico, en cambio, la inevitable confusión y las arbitrariedades de varias
iglesias, ya en los primerísimos tiempos de la Historia de la Iglesia, movilizó
a la misma, en seguida, para dar una mayor uniformidad de dirección y de
praxis, limitando siempre más las improvisaciones de los celebrantes. Y de aquí
el origen de los distintos “Sacramentarios” (Gelasiano, Gregoriano…) y de los
varios “Manuales y Directorios”, hasta el “Pontifical Romano”, los “Ceremoniales”
y los “Misales”, surgidos precisamente para unificar los textos y las rúbricas,
de un Papa al otro, hasta Sixto V (1585- 1590), ¡que instituyó, también, la “Congregación
de los Ritos” [Cfr. Pío XII, “Mediator Dei”, n. 45.]! Y todo esto fue, justamente, para tutelar la santidad del culto,
¡para poner un dique a los abusos de los cuales tomaban
ventaja los herejes! ¡La Eucaristía, por
tanto, nunca fue considerada por la Iglesia como un “pan tostado” para pasarse
de mano en mano en un plato o una cesta! El Sacramento de la
Eucaristía, por el contrario, no debía ser tomado con las propias manos, sino
ser “recibido”… sólo de las manos del sacerdote. Tertuliano de Cártago (160-250)
escribió: “Nosotros no lo recibimos de otras manos” (“nec de aliorum manu
sumimus”) [Cfr. “Liber de Corona”, III 3 PL., tomo II, col. 79.].
Por tanto, es
históricamente falso que los fieles de los primeros siglos de la Iglesia
tomaran la Eucaristía de la mano del sacerdote, o de un diácono, o de un laico,
para servirse, luego, por sí mismos…
La más antigua fuente litúrgica, en efecto, después
de la “Didaché” (escrita entre el 70 y el 90), recomendaba:
«Cada uno esté
atento (…) de que no vaya a caer y perderse algún fragmento, porque es el
Cuerpo de Cristo, que debe ser comido por los fieles y no se debe despreciar» [Iv.
c. 32.].
S. Justino (100-166), en su “Apología”, dirigida al
emperador romano, anotaba que son «los diáconos quienes distribuyen la Comunión
y la llevan a los enfermos» [Cfr. libro I, c. 13,47 e 65-67-PG, tomo VI, col.
427-429.] . S. Sixto I (Papa desde el 117 al 136) decretó que los únicos
ministros del culto (sacerdotes y diáconos) estaban habilitados a tocar los
Santos Misterios: «hic constituit ut mysteria sacra non tangerentur nisi a
ministris» [Cfr. “Liber Pontificalis”, op. cit. tomo I, p. 57; Mansi I,653;
cfr. también “Regesta Pontificum Romanorum” op. cit. p. 919.]. ¡Es claro que
tales palabras eran para impedir los abusos! San Pío I (Papa desde el 141 al
156) inculcaba el respeto de la Iglesia, “casa de Dios”, y del altar sobre el
cual se perpetuaba el divino Sacrificio. Lo mismo hacía San Soterio (Papa desde
el 167 al 175)[ Cfr. ibidem- Regesta, pp. 921-922.].
San Esteban I (Papa desde el 254 al 257) escribió que «los laicos no deben considerar las “funciones” eclesiásticas como
si fueran de su atribución» [Cfr. “Regesta”, op. cit., p. 925
– Mansi 1,889.].
San Eutiquiano (Papa desde el 275 al 283) volvió a
llamar severamente al orden y a la disciplina al clero, y mandó llevar ellos mismos la Comunión a los enfermos, no confiándola a
los laicos. «Nullus praesumat tradere Comunionem laico vel feminae ad deferendum infirmo»
[Cfr. P.L., tomo V, vol. 163-168].
San Félix I (Papa desde el 269 al 274) ordenó que la
Santa Misa fuera celebrada sobre la tumba de un mártir, en las criptas
sepulcrales, en los nichos de las Catacumbas, o en otros lugares: «hic
constituit supra memorias martyrum Missas celebrare» [Cfr. “Liber
Pontificalis”, t. I; p. 158, ediz. Abbé L. Dichesne, II ediz. J. Bayet, Paris,
E. de Boccard, 1955, p. 71 ss.] . Nótese lo siguiente: esta decisión de S. Félix
I – observa Dom Cabrol – regularizaba un uso ya establecido [Cfr. “Dictionnaire
d’Archéologie chrétienne et le Liturgie”, París, edic. Letouzey et Abé, 1914,
t. I, art. AUTEL, col. 3165-68]. Y se debe tener en cuenta que esta decisión de
San Félix I no era un acto aislado, sino
fundado sobre la Tradición Apostólica. Lo atestigua también San
Evaristo (Papa desde el 101 al 109) e San Higinio (Papa desde el 137 al 141)[ Cfr. Mansi I, 631-668 -
Regesta Pontificum Romanorum, publ. Ph. Jaffé, edic.].
Tertuliano de Cártago (160-222) habla del Altar
cristiano, como “ara Dei” [Cfr. “De
Oratione”, c. 19 – PL., tomo I, col. 1182.], y escribe: «sufrimos cuando, por desgracia, sucede que algo del cáliz
o del pan consagrado se nos cae a tierra» (“Calicis aut panis etiam nostri
aliquid decuti in terram anxie patimur…» en “De Corona”. San Ireneo de Lión
(130-218) escribe: «Es costumbre que el Sacrificio debe ser ofrecido sobre el
altar» [Cfr. “Adversus-haereses”, libro IV, c. 18, n. 6, PG, tome VII, col.
1029]. El altar era de madera o de piedra, y era bendecido y ungido [Cfr. Dom
Fernand Cabrol, col. 581; S. Agostino di Ipponea (354-430), PL., tomo 39, col.
2169; S. Pedro Crisólogo (406- 450), PL., tomo 52, col. 343)].
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¿Por qué algunos
Obispos han “impuesto” la “Comunión en la mano” con la motivación de tener,
así, “uniformidad” entre el clero?
Desafortunadamente, algunos Obispos han impuesto el
“nuevo rito” justamente por presuntas razones de “¡uniformidad”!
Pero con qué autoridad han hecho esto, cuando la
misma Santa Sede ha dejado “libres” a los fieles para elegir, permitiendo a
todos el poder continuar recibiendo la Eucaristía en la lengua, precisamente
porque es el “modo… del todo conveniente”?
¿Y no sabían estos Obispos (“progresistas”) que el mismo Pablo VI había sostenido este
“derecho” del pueblo, condenando justamente a ciertos miembros del episcopado y
del clero que fueran a violarlo?..
Repitámoslo, entonces: «… Sucede también que, a
veces, no es tenida en cuenta la “libre elección y voluntad” de aquellos que,
aún donde ha sido autorizada la distribución de la Comunión en la mano,
prefieren atenerse al uso de recibirla en la boca» [Cfr. “Dominicae Cenae” n.
11]. Entonces, es bueno que
recordemos a estos Obispos que el querer imponer el dar y recibir la “Comunión
en la mano” significa querer, o al menos
consentir que ocurran las profanaciones, aun si esto es pecado grave de
“sacrilegio”…
Algunos afirman
que la “boca” es menos digna que las manos, porque blasfema.
Decir esto es como afirmar que el alma no es el
objetivo primario de la “presencia eucarística” en nosotros, mientras lo sería
el “vientre”, porque por el alma sale afuera toda la malicia! Pero, ¿no es la
boca, en cambio, la que profesa la Fe y, con ella, el alma, la que ama al Señor
con todas sus fuerzas?
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