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domingo, 27 de septiembre de 2015

¿Quién es el Cristo de la New Age?




¿Quién es el Cristo de la New Age?

Jesucristo de los evangelios no es el Cristo de la New Age.

 El pensamiento de la Nueva Era o New Age está impregnando la espiritualidad de occidente con una mezcla de agnosticismo, hinduismo y esoterismo, lejano del cristianismo. Pero habla de Cristo, y eso es una confusión para muchos cristianos, ya que el Cristo del que hablan no es el Jesucristo de la Biblia, si bien lo referencian a Jesús.

El Cristo de la Nueva Era es energía cósmica a la que cada uno de nosotros puede llegar, cada uno puede ser Cristo. Pero identifican que en cada era hubo un Cristo, en la era de Piscis fue Jesús. Y los que creen en diversos mundos y dimensiones dicen que cada uno tiene su propio Cristo.

Por eso viene bien aclarar quién es Cristo para la Nueva Era, así solucionamos equívocos, o si se quiere, no se compra gato por liebre.

¿CRISTO ES LA ENERGÍA CÓSMICA?

ara la Nueva Era (NE) “Jesús” es el de Nazaret, un hombre como otro cualquiera. En cambio, “Cristo”, al que suele llamar “Cristo cósmico”, “Energía crística”, no es un ser personal de unos rasgos físicos y caracterológicos determinados, sino la Energía cósmica, que habría descendido sobre Jesús de Nazaret en el instante de su bautismo en el Jordán por Juan Bautista.

Es lo que habían enseñado los gnósticos originarios en los siglos II-IV y lo que enseñan los gnósticos modernos.

Además, como –según los gnósticos– la materia es intrínsecamente mala, el cuerpo de Jesucristo no habría sido material, sino apariencial energético e impasible y el Cristo descendido del pleroma divino en el Jordán habría abandonado a Jesús de Nazaret antes de la Pasión.

Según la NE, Jesucristo –como el Cristo, de cada Era– habría abandonado su cuerpo tras la crucifixión y entrado en el reino etéreo o energético, inaccesible a los sentidos. En y desde él sigue influyendo en la humanidad.

UN “CRISTO” EN CADA ERA O CICLO CÓSMICO E HISTÓRICO

Entonces irrumpe una nueva Era paradisiaca. Precisamente en la Era final o de máxima corrupción de cada ciclo sería cuando aparecería el avatara (= “descenso, descendido” en sánscrito, idioma del cual se ha derivado el hindi, la lengua mayoritaria actualmente en la India) en el hinduismo, que influirá muy beneficiosamente en su entorno, provocando el paso a una nueva Era, a una nueva Edad de Oro.

Según la NE, ahora estaríamos en el desenlace de la Era Piscis (= “pez” en latín), la Era de los dos mil años del cristianismo. Lo es por el oficio “pescador” de casi todos los Apóstoles, por su peculiar vinculación y de Jesucristo con el mar de Tiberíades y, sobre todo, por haber sido el pez un signo cristiano en los primeros siglos de la Iglesia.

La NE llena con todos los errores y horrores la Era Piscis, que se habría caracterizado por el dogmatismo, la intolerancia, la violencia, la Inquisición, las guerras de religión, etc. Jesucristo habría sido el “Cristo” de la Era Piscis.

Los adeptos de NE están convencidos de que está a punto de irrumpir la Era Acuario o “Aguador”, que nos va a inundar torrencialmente de paz, concordia, amor y armonía con uno mismo, con los demás y con el universo.

El Cristo de la Era Acuario o NE es Maitreya, derivado de maitri = “clemencia” en sánscrito. La NE lo identifica con Omar Ben, nacido en 1942 en Amán (Jordania), trasladado con su familia a Paona (India), iniciado en el budismo, y desde 1977 miembro de la comunidad india-pakistaní de Londres. En fecha próxima “se manifestará” a toda la humanidad cuando irrumpa la Nueva Era por obra de la eficacia mágica y fatalista de la astrología (paso de un signo a otro del zodiaco).

Este Maitreya, por evidente influjo cristiano, tiene su Juan Bautista o “Precursor”, en el escritor y esoterista británico Benjamin Creme, que lleva más de 35 años preparando la emergencia de Maitreya. Dice recibir telepáticamente el texto de sus libros del “Instructor Mundial” (Maitreya).

CADA UNO PUEDE SER “CRISTO” E INCLUSO MÁS “CRISTO” QUE JESUCRISTO MISMO

Cada hombre, según la NE, debe aspirar a la expansión máxima de su conciencia hasta llegar a la capa freática de la Energía crística. Entonces se extingue la luz de los sentidos y de la razón; el yo consciente queda desbordado e inundado de luminosidad gozosa, irrumpiendo los fenómenos llamados “místicos”: visiones, levitación, éxtasis, clarividencia, telecinesia, etc. Sorprende que NE ponga de moda la fenomenología mística sin distinción entre natural, preternatural y sobrenatural y, para colmo, que lo haga en nombre de la ciencia moderna.

La NE, como las religiones orientales, considera esencial el misticismo y sus fenómenos. Sin ellos no hay “perfección”, que depende del grado de expansión de la conciencia, de los “estados alterados de la conciencia y subconsciencia” (fenómenos paranormales, parapsicológicos), o sea, de la abundancia de la Energía crística en cada uno.

Por eso, uno –en teoría– puede ser más “Cristo” que Jesús de Nazaret, que Jesucristo. Cada uno es lo que es por su esfuerzo personal, por su capacidad de concentración, por los recursos psicotécnicos capaces de producir el sentirse bien interior aunque sea mediante medios artificiales (movimientos gimnásticos, respiratorios, alucinógenos, aparatos mecánicos para producir el ritmo alfa).

En cambio, en el cristianismo, la mística no es necesaria ni, menos aún, esencial para la perfección o santidad, a la cual están llamados todos los cristianos, cada uno en su propio estado y circunstancias. A la hora de declarar oficialmente beato o santo a uno, la Iglesia valora la práctica de las virtudes, no necesariamente los fenómenos místicos.

Además, en la NE se quedan en el ámbito psicológico y subjetivo del individuo, carecen de proyección apostólica y de preocupación social o de atención a los más necesitados, dos vertientes esenciales en la espiritualidad cristiana. La NE huye de la cruz y de las cruces. En fin, la mística de NE, como la oriental, desconoce una palabra y realidad clave en la vida y mística cristianas, la humildad y desconoce la misericordia divina y el sentimiento de pesar religioso, el dolor de amor por los pecados.

Fuentes: Manuel Guerra Gómez para Aleteia, Signos de estos Tiempos



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