TODO TUYO
San Luis María Griñón de Monfort,
Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen
Siendo así que la cumbre de nuestra perfección consiste en estar
identificados, unidos y consagrados a Jesucristo, la mejor devoción es, sin
duda, la que más perfectamente nos identifica con Cristo, nos une y nos
consagra a él. Y pues María es entre todas las
criaturas la más plenamente conforme con su Hijo, de ahí que entre todas las
devociones, la que más consagra e identifica a una persona con nuestro Señor es
la devoción a la Santísima Virgen, su Madre; y cuanto más se consagre la persona a María, más consagrada estará
a Jesucristo.
Por tanto, la consagración perfecta a Jesucristo no es sino la
suma y plena consagración de sí mismo a la Santísima Virgen. Y ésta es la
devoción que enseño.
Esta forma de devoción se puede llamar muy bien una perfecta
renovación de los votos y promesas del bautismo. Pues en ella, el fiel
cristiano se entrega todo entero a la Santísima Virgen, y así, por María es
todo de Cristo.
De donde resulta que una persona, a la vez queda consagrada a la
Santísima Virgen y a Jesucristo: a la Virgen María porque es el camino más apto
que el mismo Jesús escogió para unirse a nosotros y unirnos a él; y a Jesús, el
Señor, nuestro fin último, es al que debemos todo cuanto somos como a nuestro
Redentor y nuestro Dios.
Además, hay que tener en cuenta que toda persona cuando recibe
el Bautismo, por sus propias palabras o las del padrino o madrina renuncia
solemnemente a Satanás, a sus tentaciones y sus obras, y escoge a Jesucristo
como su Maestro y supremo Señor, dispuesto a obedecerle como esclavo de amor.
Pues bien, esto es lo que se realiza en la presente devoción. El cristiano
renuncia al demonio, al mundo, al pecado y a sí mismo, y se entrega todo entero
a Jesucristo por manos de María.
En el Bautismo, no se da uno -al menos expresamente- a
Jesucristo por manos de María, ni se hace al Señor entrega del mérito de las
buenas obras. Y después del Bautismo, queda todavía el cristiano totalmente
libre para aplicar estos méritos a los demás o retenerlos en favor propio. En
cambio, con esta devoción el fiel cristiano explícitamente se da a nuestro
Señor por manos de María y le entrega totalmente el valor de sus buenas obras.
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