PRECIOSA ES LA MUERTE DE LOS MÁRTIRES,
COMPRADA AL PRECIO DE LA MUERTE DE CRISTO
San Agustín, Sermón 329, En el natalicio de los mártires
Por las gestas tan gloriosas de los santos mártires, con que la
Iglesia florece por doquier, comprobamos con nuestros mismos ojos cuán cierto
es lo que hemos cantado: Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. De
gran precio para nosotros y de gran precio para aquel en cuyo nombre se llevó a
cabo. Pero el precio de estas muertes es la muerte de uno solo. ¡Cuántas muertes compró
muriendo aquel que de no haber muerto, el grano de trigo no se hubiera
multiplicado! Habéis oído sus palabras cuando se acercaba a su pasión, es
decir, cuando se acercaba a nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
Realizó sobre la cruz una gran transacción comercial. Allí se
abrió la bolsa de nuestro precio: cuando la lanza del soldado abrió su costado, manó de él el precio
de todo el orbe. Fueron comprados los fieles y los mártires, pero la fe de los
mártires fue sometida a prueba: testigo es la sangre. Devolvieron lo que por
ellos se había invertido, y dieron pleno cumplimiento a lo que dijo Juan: Si
Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestras vidas
por los hermanos. Y en otra parte está escrito: Te has sentado a una gran mesa,
está muy atento a lo que te sirven, pues deberás preparar otro tanto. Gran mesa
es aquella en que los manjares son el mismo anfitrión de la mesa. Nadie
alimenta a sus convidados de sí mismo. Eso sólo lo hace Cristo: él es quien
invita, él es la comida, él es la bebida. Los mártires se fijaron bien en lo que
comían y bebían y, a su vez, sirvieron lo mismo.
¿Pero cómo hubieran
podido devolver lo mismo, si no les hubiera dado qué devolver el que fue el
primero en pagar? De aquí que el salmo, con el que hemos cantado: Mucho le
cuesta al Señor la muerte de sus fieles, ¿qué es lo que nos recomienda? En este
salmo, su autor reflexionó sobre lo mucho que había recibido de Dios; se dio
cuenta de los innumerables dones de gracia del Todopoderoso que le creó, que,
perdido, le buscó, que, encontrado, le perdonó, que, en la lucha, vino en ayuda
de sus débiles fuerzas, que no lo abandonó en la duda, que lo coronó en la
victoria, que se dio a sí mismo en premio; consideró todo esto y exclamó
diciendo: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa
de la salvación.
¿Cuál es esta copa? Es la copa de la pasión, amarga y saludable;
la copa que si el médico no hubiera bebido primero, el enfermo no habría osado
tocarla. El mismo es este cáliz: lo reconocemos en la boca de Cristo, cuando
dice: Padre, si es
posible, que pase de mí este cáliz. De este mismo cáliz dijeron los mártires: Alzaré la copa de la
salvación invocando su nombre. ¿Así que no temes desfallecer? No, dice el
mártir. ¿Por qué? Porque invocaré el nombre del Señor. ¿Cómo hubieran podido
vencer los mártires, si no venciera en ellos quien dijo: Alegraos, porque yo he
vencido al mundo?
El Señor de los cielos guiaba su mente y su lengua y, por su
medio, vencía al diablo en la tierra y coronaba a los mártires en el cielo. ¡Dichosos los que así apuraron
este cáliz! Se acabaron los dolores y recibieron los honores.
Así que estad atentos, carísimos: lo que no podéis ver con los
ojos, meditadlo en vuestra mente y en vuestra alma, y ved que es de gran precio
a los ojos del Señor la muerte de sus fieles.
*** † † † ***
AVE MARIA PURISIMA, SIN PECADO CONCEBIDA
AVE MARIA PURISIMA, SIN PECADO CONCEBIDA
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