CÓMO ESCRIBIÓ SAN FRANCISCO LA
REGLA
Y CÓMO SE LA APROBÓ EL
PAPA INOCENCIO III
Tomás de Celano:
Vida primera, 32-34
Viendo el bienaventurado Francisco que el Señor Dios le
aumentaba de día en día el número de seguidores, escribió para sí y sus
hermanos presentes y futuros, con sencillez y en pocas palabras, una forma de
vida y regla, sirviéndose, sobre todo, de textos del santo Evangelio, cuya
perfección solamente deseaba. Añadió, con todo, algunas pocas cosas más,
absolutamente necesarias para poder vivir santamente. Entonces se trasladó a
Roma con todos los hermanos mencionados queriendo vivamente que el señor papa
Inocencio III le confirmase lo que había escrito.
Por aquellos días se encontraba en Roma el venerable obispo de
Asís, Guido, que honraba en todo a San Francisco y a sus hermanos y los
veneraba con especial afecto. Al ver a San Francisco y a sus hermanos, llevó
muy a mal su presencia, pues desconocía el motivo; temió que quisieran
abandonar su propia región, en la cual el Señor había comenzado a obrar cosas
extraordinarias por medio de sus siervos. Mucho le alegraba el tener en su
diócesis hombres tan excelentes, de cuya vida y costumbres se prometía grandes
cosas. Mas, oído el motivo y enterado del propósito de su viaje, se gozó
grandemente en el Señor, empeñando su palabra de ayudarles con sus consejos y
recursos.
San Francisco se presentó también al reverendo señor obispo de
Sabina, Juan de San Pablo, que figuraba entre los príncipes y personas
destacadas de la curia romana como despreciador de las cosas terrenas y amador
de las celestiales. Le recibió benigna y caritativamente y apreció sobremanera
su deseo y resolución.
Mas, como era hombre prudente y discreto, le interrogó sobre
muchas cosas, y le aconsejó que se orientara hacia la vida monástica o
eremítica. Pero San Francisco rehusaba humildemente, como mejor podía, tal
propuesta; no por desprecio de lo que le sugería, sino porque, guiado por
aspiraciones más altas, buscaba piadosamente otro género de vida. Admirado el
obispo de su fervor y temiendo decayese de tan elevado propósito, le mostraba
caminos más sencillos. Finalmente, vencido por su constancia, asintió a sus
ruegos y se ocupó con el mayor empeño, ante el papa, en promover esta causa.
Presidía a la sazón la Iglesia de Dios el papa Inocencio III, pontífice
glorioso, riquísimo en doctrina, brillante por su elocuencia, ferviente por el
celo de la justicia en lo tocante al culto de la fe cristiana. Conocido el
deseo de estos hombres de Dios, previa madura reflexión, dio su asentimiento a
la petición, y así lo demostró con los hechos. Y, después de exhortarles y
aconsejarles sobre muchas cosas, bendijo a san Francisco y a sus hermanos, y
les dijo: «Id con el Señor, hermanos, y, según Él se digne inspiraros, predicad
a todos la penitencia. Cuando el Señor omnipotente os multiplique en número y
en gracia, me lo contaréis llenos de alegría, y yo os concederé más favores y
con más seguridad os confiaré asuntos de más transcendencia».
San Francisco con sus hermanos, pletóricos de gozo por los dones
y beneficios de tan gran padre y señor, dio gracias a Dios omnipotente, que
ensalza a los humildes y hace prosperar a los afligidos. Inmediatamente fue a
visitar el sepulcro del bienaventurado Pedro, y, terminada la oración, salió de
Roma con sus compañeros, tomando el camino que lleva al valle de Espoleto.
Durante el camino iban platicando entre sí sobre los muchos y admirables dones
que el clementísimo Dios les había concedido: cómo el vicario de Cristo, señor
y padre de toda la cristiandad, les había recibido con la mayor amabilidad; de
qué forma podrían llevar a la práctica sus recomendaciones y mandatos; cómo
podrían observar con sinceridad la
Regla que habían recibido y guardarla indefectiblemente; de
qué manera se conducirían santa y religiosamente en la presencia del Altísimo;
en fin, cómo su vida y costumbres, creciendo en santas virtudes, servirían de
ejemplo a sus prójimos. Y mientras los nuevos discípulos de Cristo iban así
conversando ampliamente sobre estos temas en aquella escuela de humildad,
avanzaba el día y pasaban las horas.
FÓRMULA PARA RENOVAR LA PROFESIÓN :
Para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad.
Yo, hermano/a N. N. (cada uno dice su nombre en voz baja),
puesto que el Señor me dio la gracia
de seguir más de cerca el Evangelio
y las huellas de nuestro Señor Jesucristo,
delante de los hermanos aquí presentes,
con fe firme y voluntad decidida,
renuevo ante Dios santo y omnipotente
mis votos religiosos,
comprometiéndome a vivir religiosamente
durante toda mi vida
en obediencia, en pobreza y en castidad,
observando la forma de vida de san Francisco.
Igualmente me entrego de todo corazón a mi Fraternidad,
para que, con la acción eficaz del Espíritu Santo,
guiado por el ejemplo de María Inmaculada,
con la intercesión de nuestro padre san Francisco
y de todos los santos,
y con vuestra ayuda fraterna,
pueda tender constantemente a la perfección de la caridad,
en el servicio de Dios, de la Iglesia y de los hombres.
* * *
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