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miércoles, 1 de junio de 2016

LA SANTÍSIMA TRINIDAD Benedicto XVI, Ángelus del 11 de junio de 2006


LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Benedicto XVI, Ángelus del 11 de junio de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

Gracias al Espíritu Santo, que ayuda a comprender las palabras de Jesús y guía a la verdad completa (cf. Jn 14,26; 16,13), los creyentes pueden conocer, por decirlo así, la intimidad de Dios mismo, descubriendo que Él no es soledad infinita, sino comunión de luz y de amor, vida dada y recibida en un diálogo eterno entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, como dice san Agustín, Amante, Amado y Amor.

En este mundo nadie puede ver a Dios, pero él mismo se dio a conocer de modo que, con el apóstol san Juan, podemos afirmar: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), «hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él» (cf. 1 Jn 4,16). Quien se encuentra con Cristo y entra en una relación de amistad con él, acoge en su alma la misma comunión trinitaria, según la promesa de Jesús a los discípulos: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).

Todo el universo, para quien tiene fe, habla de Dios uno y trino. Desde los espacios interestelares hasta las partículas microscópicas, todo lo que existe remite a un Ser que se comunica en la multiplicidad y variedad de los elementos, como en una inmensa sinfonía. Todos los seres están ordenados según un dinamismo armonioso, que analógicamente podemos llamar «amor».
Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo llega a ser espiritual, llega a ser amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo en una entrega sincera de sí. En este amor, el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del misterio inefable de Dios uno y trino que los creyentes pueden vislumbrar, quisiera citar la de la familia, la cual está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la que la diversidad debe contribuir a formar una «parábola de comunión».

Obra maestra de la santísima Trinidad es, entre todas las criaturas, la Virgen María: en su corazón humilde y lleno de fe, Dios se preparó una morada digna para realizar el misterio de la salvación. El Amor divino encontró en ella una correspondencia perfecta, y en su seno el Hijo unigénito se hizo hombre. Con confianza filial dirijámonos a María, para que, con su ayuda, progresemos en el amor y hagamos de nuestra vida un canto de alabanza al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo.

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Tomado de:

http://www.franciscanos.org

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