De “Introducción a la vida devota” por San Francisco de Sales.
Pág. 9.:El ejercicio de la purificación del alma no puede
ni debe acabarse sino con la vida. No nos turbemos, pues, por nuestras
imperfecciones, porque nuestra perfección consiste precisamente en combatirlas,
y no podremos combatirlas sin verlas, ni vencerlas sin encontrarlas. Nuestra
victoria no estriba en no sentirlas, sino en no consentir en ellas, y no es, en
manera alguna, consentir el sentirse por ellas acosado.
Es muy provechoso, para el ejercicio de la humildad, que,
alguna vez, seamos heridos en este combate espiritual; sin embargo, nunca somos
vencidos, sino cuando perdemos la vida o el valor.
Ahora bien, las imperfecciones y los pecados no pueden
arrebatarnos la vida espiritual, pues ésta sólo se pierde por el pecado grave;
importa, pues, que no nos desalienten: «Líbrame, Señor -decía David-, de la
cobardía y del desaliento». Es, para nosotros, una condición ventajosa, en esta
guerra, saber que siempre seremos vencedores, con tal que queramos combatir.
Pág. 11: Todos los israelitas salieron de Egipto, pero no
todos partieron de corazón, por lo cual, cuando estaban en medio del desierto,
muchos de ellos echaban de menos las cebollas y los manjares de aquella tierra.
… ¡Ah! quién no ve que este Pobre hombre, si bien está
libre del pecado, continúa encadenado por el afecto al mismo, y que, hallándose
fuera de Egipto, con el cuerpo, está todavía allí, con el deseo, y suspira por
los ajos y las cebollas que allí solía comer? Tal hace también la mujer que
habiendo detestado sus perversos amores, gusta todavía de ser festejada y
cortejada.
Pág. 12: Magdalena, en su conversión, de tal manera perdió
el gusto por el pecado y por los placeres que en él había hallado, que jamás
Pensó en ellos; y David no sólo aborreció el pecado, sino también todos sus
caminos y senderos: en esto consiste la renovación del alma, que el mismo
profeta compara con la renovación del águila.
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